Prólogo

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Era lunes, 25 de septiembre. El otoño había llegado hacía pocos días, pero aún se podía sentir el aire cálido del verano.

Hoy comenzaba un nuevo curso, mejor dicho mi último año en el lycée. No estaba tan emocionada como se suponía debía estar. Me entusiasmaba la idea de terminar, pero al mismo tiempo sabía que en cuanto esto acabara, me iban a escupir en la universidad y en la vida adulta.

Si bien pertenezco a una de las familias más ricas de todo París, o mejor dicho de todo Francia, me angustiaba la idea de crecer. Había pasado toda mi vida en la sombra de mi padre, viviendo de su trabajo y aunque realmente disfrute los lujos, no estaba segura de querer eso eternamente.

Me quité mi antifaz de noche y mire el techo, realmente era un crimen tener que dejar aquella cama cubierta en seda y reemplazarla por un uniforme incómodo y para nada fashion.

Mi uniforme consistía en una camisa blanca, saco azul marino con bordes rojos y pollera del mismo color. Sin embargo nunca usaba la tonta camisa blanca y aburrida, la cambiaba por algo más interesante. Para este primer día tan especial, decidí ponerme una camisa blanca con un cuello estilo victoriano, ya saben, extravagante. Por supuesto que la pollera y saco azul marino y sobre mi cabeza una diadema rosa bebé con perlas blancas. Maquillé mi rostro y bajé a desayunar.

En el comedor ya se encontraba la mesa lista y absolutamente vacía. Servi algunas cosas en mi plato y trague mientras leía la Vogue de este mes.

Sin darme cuenta apareció Silvain, el mayordomo casi padre de mi padre y casi abuelo mío. Llevaba más de veinte años trabajando para la familia y siempre se aseguraba el bienestar de la misma. Él siempre se paraba en una esquina de la habitación cuando papá no estaba, no quería que estuviera sola.

-Hola Silvain- dije sin quitar los ojos de mi revista- ven, siéntate.- señalé el lugar de mi padre.

Silvain prosiguió a sentarse en la punta de la larga mesa, yo me encontraba a su derecha. Quité mi atención de la revista y lo miré.

-Sabes que no tienes que hacerme compañía, ¿verdad?

-Lo sé- sonrió y le devolví el gesto.

Terminé mi desayuno y me levanté, Orson, mi chofer, ya me estaba esperando.

-¿Tienes idea dónde está mi padre?- pregunté antes de irme.

-Haciendo negocios en Normandie.- respondió con el mismo temple serio de siempre.

-Por supuesto-dije con resignación- bueno, nos vemos abuelo- expresé mientras me daba la vuelta y le hacía un ademán con la mano. Silvain pensaba que yo le decía abuelo en forma de burla, lo cual era un poco cierto, pero en realidad era porque realmente lo sentía como uno.

-Cuídate y diviértete.

Tomé mi bolso y fui hacia el ascensor. Vivía en el último piso del Cour des Vosges, lo que significaba que debía bajar unos 21 pisos, lo bueno de vivir en el penthouse es que tiene ascensor propio, así que me ahorraba cruzarme con todo el mundo.

Una vez en el auto, saludé a Orson y nos dirigimos a la escuela. Louis Le Grand, el instituto, estaba a unos 25 minutos de casa, cruzando el Sena. 

Separados, pero juntos {Completa} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora