Clark

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Los políticamente correctos son aburridos

—Tu sonrisa me hace dudar de que vas a salir a una cita y más que vas a matar a alguien. Alguien que odias.

—Me descubriste. Tienes una hora de ventaja Liam.

Sirvo jugo en un vaso y se lo paso. 

Doy un golpe a la cafetera, como cada día, esperando que se arregle por arte de magia y ella me responde botando agua por la parte de abajo. Saco la pizza del congelador y meto dos pedazos en el microondas. 

—Eres un sol radiante este día. ¿Prometes comportarte bien? —Liam para el microondas y saca uno de mis pedazos y se lo engulle de un bocado—. No puedes dejarnos en vergüenza, pensarán que no te educamos bien. 

—¿Por qué te encanta hablar con la boca llena? —pregunto apartando la mirada hacia un lado y no ver la comida mascada.

—Porque me da la gana. 

El pitido del microondas me avisa de la comida lista y sujeto el pedazo antes que mi amigo me gane. El reloj que cuelga de la pared dice que es hora de que me vaya. Agarro la bolsa de lona tragando lo último de la pizza.

—¿En serio vas a matar a alguien? —pregunta con el ceño fruncido viendo hacia la mochila que cuelga de mi mano. 

—Voy a nadar. 

Cierro la puerta escuchando que regrese pronto como si fuera mi madre. Bufo de solo pensarlo. 

Entro a mi Jeep y conduzco hacia el campus. Un poco de agua me ayudará a despejar la mente y no parecer un desesperado en la cita, porque me pongo demasiado nervioso cuando hablo con Adams y digo tonterías comparativas. 

Estaciono el auto y saludo al portero que solo mueve el periódico para abajo en respuesta. ¿Aún existen los periódicos?

Busco mi casillero en los vestidores, me cambio de ropa y me coloco la que uso cuando vengo aquí. La piscina está tranquila y solo veo a dos personas más nadando en una de las piscinas adyacentes. 

Pongo alarma en el cronómetro para no retrasarme en mi cita con Acacia Adams.

Acacia Larsson. Si, me gusta.

Coloco las gafas en su sitio y salto al agua, dejando que me cubra por completo. Me adapto con rapidez al agua fría y nado hasta que mis extremidades me duelen. No sé cuánto ha pasado, pero no escucho el sonido del cronómetro y salgo de la piscina. 

Soy el único que queda dentro. 

Limpio el exceso de agua con una toalla, me doy una vuelta sobre mí mismo sin encontrar el celular y voy a los vestidores, pero la ropa que había dejado en el casillero ya no está. Ni las llaves del auto. 

Busco en los casilleros de al lado, pero están vacíos como el mío. 

La desesperación me controla, abro y cierro casilleros sin encontrar mis cosas. Voy hacia la puerta de los vestidores para quejarme con el guardia e intento abrirla, pero está cerrada. 

Golpeo la puerta repetidas veces.

—¿Hay alguien? 

Silencio absoluto. 

Ni un solo paso. 

Las luces del exterior están apagadas. 

Mierda, esto no es bueno. 

—¡Estoy en los vestidores y la puerta está cerrada! 

Nadie responde. 

Golpeo la puerta con ímpetu queriendo que las bisagras se salgan de su lugar y poder salir de aquí. Mi frente se apoya en las puertas de metal y exhalo. 

El amor a colores ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora