Una caída suicida, un golpe estrepitoso contra un puesto de fresas, cinco ventanas rotas y una persecución por una jauría de perros después, Bianca y Alexander lograron salir con un conteo inconmensurable de arañazos, mordeduras y moretones.
Rómulo estaba exhausto de correr a través del bosque que colindaba con el castillo y el hecho de llevar a una caballera en armadura y un príncipe sobre su lomo no ayudaba a la noble causa del rescate, por lo que Bianca decidió que era el momento de dejar al pobre caballo descansar. Desmontó a duras penas, resbalando por el lomo y se dejó caer en el piso con un crujido por parte de su armadura. Alexander por otro lado, se bajó con toda la elegancia posible, pues el mismo se ponía altos estándares con tal de hacer relucir su estatus en la cara de otros, y se sentó grácilmente sobre una roca cercana, no sin antes dejar entrever un mínimo gesto de dolor por causa de un enorme cardenal en su nalga izquierda. Se encontraban en un pequeño claro, no muy internados en el bosque, pero lo suficiente como para saber que habían perdido de vista a los caballeros del Rey.
Bianca estaba agotada, muerta de sed y sabía que debía quitarse el casco pronto, pero nunca antes había supuesto una dificultad tan grande revelar quién era. Y es que era complicado. Toda su fama e, irónicamente, su anonimato, funcionaba porque rescataba princesas. Y ellas siempre se metían en líos, después de todo, ¿Qué adolescente no lo hacía lejos de casa? Pero aquello era diferente. El era un hombre. Y no cualquier hombre, sino que un príncipe, y la mala fama de los príncipes era prácticamente celebrada. No sabía qué secreto podía sacarle a este príncipe en particular como para comprar su silencio, pero tenía que encontrar algo rápido o estaba perdida. A fin de cuentas, habría sido un milagro que, si el reino se enteraba que White el caballero, era en realidad Bianca la caballera, no la hubiesen mandado a ejecutar.
¡Qué escándalo habría sido una mujer con armadura!
Alexander masajeó sus sienes con las yemas de sus dedos en un intento de despejar su mente sobre todo lo ocurrido. Pero su cabeza parecía querer hacer implosión y su humor se volvía peor a cada minuto que pasaba. Estaba furioso con el maldito caballero que se había presentado a rescatarlo creyendo que él, Alexander, podía ser una princesa. Furioso con la metiche de su hada madrina, que siempre conseguía arruinar sus pequeños minutos de libertad y furioso consigo mismo por no haber previsto el cambio dramático de los eventos. Decidió zanjar el asunto con el caballero. Con un poco de suerte supuso que podría hacerle ver que todo era un simple mal entendido y ambos se irían por su lado tranquilos y contentos.
—Mira, sea cual sea tu nombre, te agradezco haberme escoltado fuera del castillo, pero espero que no se diga una palabra sobre esta comprometedora situación. No queremos una deshonra para la corona por culpa de simples chismes —dijo Alexander con un tono petulante, tratando de guardar la compostura, aunque por dentro se encontrase al borde de un ataque.
—«Majestad», acepto vuestro agradecimiento, pero os recuerdo que de no haberos lanzado por la ventana ahora estaríais haciendo frente a un tribunal que, de seguro, iniciaría una bonita e innecesaria guerra, así que guardad las amenazas para alguien más.
Bianca no era tonta y sabía leer entre líneas. Pero su falta de tacto solo consiguió irritar más a Alexander, quien decidió que era una buena idea jugar la carta de príncipe despreocupado y restarle importancia al asunto.
—Vamos, tú y yo entendemos de estas cosas. Los humanos somos débiles, y ella lo deseaba igual que yo —dijo guiñando un ojo a Bianca, quien se puso lívida ante tal aseveración.
—¿Qué demonios te pasa, animal? ¿Crees que esa es la manera de referirte a una mujer y aún más una reina? Debería degollarte aquí mismo. Seguro le haré un favor a todo tu reino.
Bianca se arrepintió en aquel mismo momento de su repentino, apasionado e irrespetuoso discurso. La cara de Alexander dejaba en claro que las cosas se estaban poniendo color de hormiga y un fuerte deseo de salir corriendo se apoderó de ella.
—¿Cuál es tu nombre, caballero?
Bianca comenzó a sudar profusamente convirtiendo su armadura en un horno. Buscó a Wolf con la mirada, pero el pájaro había decidido dar un par de vueltas, como hacía cada vez que se presentaba la oportunidad de dejarla hablando sola.
—White—fue todo lo que atinó a decir.
—White...el silencioso caballero de armadura blanca, rescatador de princesas en todos los reinos —murmuró Alexander, recitando el mismo título que tantos otros usaran para llamarla. Solo que en él no sonaba a un halago, sino más bien a una amenaza.
—El mismo, en carne y hueso.
«Fantástico», pensó Bianca. Una vez más estaba haciendo alarde de su talento con las palabras. Le pareció un milagro el conseguir formar las letras sin morderse la lengua. Su sentido de supervivencia le decía que debía huir en ese mismo instante, pero sabía que su deber estaba por sobre todo.
—Quítate el casco —ordenó Alexander, provocando que el terror se apoderara del cuerpo de la chica, paralizándola en el lugar.
Un shock de adrenalina recorrió su columna de arriba a abajo, dejándola prácticamente sin respiración.
—No —replicó Bianca, con toda la firmeza que pudo reunir.
—No es una petición White. Es una orden.
La voz del príncipe era amenazante, pues este mismo sentía que algo raro había en el caballero que se encontraba frente a él. La furia se apoderó de su razón y de pronto sintió la necesidad de arrancarle de un tirón el casco a White.
—Pues no me lo quitaré —insistió Bia incorporándose lo más rápido posible.
Alexander decidió que ya no tenía paciencia para semejante estupidez y se lanzó sobre Bianca, botándola al piso con un sonoro clank de su armadura, que la dejó sin aliento. Comenzaron una encarnizada batalla de piernas y brazos, Alex tratando de quitarle su casco y Bianca tratando de quitarse a Alex de encima. Pero la huida, los magullones, la armadura y el hecho de que Alex le sacaba más de dos cabezas de altura, la ponían en una seria desventaja. Bianca agitó sus brazos sobre el pelo del muchacho, tratando de jalarlo hacia atrás sin gran resultado, momento que Alexander aprovechó para sacar de un tirón el casco que la ocultaba del mundo. El silencio pareció extenderse por el bosque, y el tiempo se congeló en las caras de Bianca y Alexander. Los ojos azules del chico se encontraron con los fuertes y grandes ojos marrones de la caballera, que lo miraban aterrados.
—¿Eres una mujer?
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De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1
FantasyPrimera parte de la Trilogía de los Seis Reinos. Bianca White, caballera de los Seis Reinos y rescatadora de princesas, solo quiere dos cosas: Rescatar princesas con la menor dificultad posible y resolver un problema de su pasado. Por otro lado está...