De un destino que corrió más rápido

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Bianca no podía decir cuánto tiempo llevaba encerrada en aquel calabozo oscuro, pero si podía decir que le dolía hasta la más mínima partícula de su cuerpo. Sentía la frente húmeda, producto de un hilo de sangre que corría desde su cuero cabelludo hasta sus labios nublando la visión de su ojo derecho con el espeso líquido que le impedía pestañear bien. Sentía las muñecas desolladas de tanto tratar de liberar sus manos y su espalda tensa gracias a la incómoda posición. No estaba segura de su estado actual, pero podía sentir dolor en zonas que no recordaba haber sido golpeada. Con seguridad la habían pateado en el piso mientras estaba inconsciente.

El miedo que sentía mientras caminaban por los fríos pasadizos se había convertido en ira en apenas un soplo del viento y la cólera montaba su corazón como un caballo desbocado. Gritó durante horas, con la voz grave y raspada, por una audiencia con el rey, con su consejo, con el paje real o con quien tuviera los cojones de presentarse ante ella.

Los guardias no le dirigieron palabra, más reían divertidos con los patéticos llamados de la muchacha.

Bianca vio bandejas de comida pasar por el pasillo, siendo llevadas a los otros prisioneros, pero nunca a ella. No le interesaba comer, pero la sed era angustiante.

Horas y horas pasaron, y a cada paso de las manecillas del reloj corrían con más calma, mofándose de la chica que yacía cada momento más denigrada sobre las piedras heladas. La naturaleza de su cuerpo también parecía haberla traicionado y aunque sabía que una persona con dignidad se sentiría humillada, su rabia era más fuerte.

No lloró ni pidió ayuda. Se limitó a continuar sus gritos sobre audiencias reales y una corte que se dignara a hablar con ella.

La sangre seguía corriendo por su rostro, el corte parecía profundo y Bianca sacó su lengua, bebiendo las gotas de sabor metálico en silencio pues era el único líquido que tuviera cerca de sus labios en horas.

No sabía si era de noche o de día, pero en algún punto su voz se apagó. Se quedó mirando los muros altos de su nueva prisión sin emoción alguna, esperando y esperando una respuesta que parecía jamás llegar. Se preguntó si Max y Tristán habrían llegado, si en algún momento bajaría un guardia indicándole que ya era libre, que Marius sería condenado. Cerró los ojos y pensó en Alex. Era una visión nostálgica pero placentera entre tantas rocas y grietas. Las ratas parecían haberse convertido en sus nuevas amigas, merodeando por sus pies con curiosidad. Al principio trató de espantarlas, pero conforme avanzaba el tiempo aprendió a compartir su espacio. Imaginó que harían esas ratas en los rincones del castillo. Las pensó robando comida, urdiendo planes ratunos en los rincones de todo el lugar. Esperó que su alzamiento llegara a buen puerto y cuando el rey de las ratas se sentase en el trono, ella fuera liberada y obsequiada con un trozo de queso.

Y mientras ella enmudecía, los gritos se extendían por los pisos superiores, provenientes de la habitación de un enloquecido príncipe.

Alexander se paseaba como una hiena por su habitación, encadenado de los tobillos a la cama, impidiendo que huyera y sacara a la muchacha del calabozo, impidiéndole cualquier cosa que no fuera dormir o gritar.

—¡Marla, aparece por todos los cielos! —gritaba ya como un mantra, como una costumbre tiempo atrás adquirida.

Había pasado más de una jornada y él se había negado a probar bocado. Maldijo su suerte, a su hermano, a Tristán, a Marla y a todos los que alguna vez hubiese conocido. Se preguntó qué demonios le podía tomar tanto tiempo a Maximillian, considerando que el camino del Valle de Élebo era tres jornadas más rápido. Tiró todo lo que encontró en la habitación, rompiendo jarrones antiguos, cuadros, las patas de una mesa y una lámpara colgante. Trató de cortar sus cadenas con las cosas más extrañas, incluyendo a golpes de una bacinica. Pero nada funcionó. Aún así el príncipe no se rendía y continuó pidiendo auxilio, buscando maneras de fugarse de aquel lugar, trazando planes absurdos para sacar a la muchacha de su encierro. Su mente estaba desquiciada, pensando y pensando sin descanso, sin una pausa entre cada idea. Pero la ayuda deseada no llegó.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora