De lo mucho que desearía creerte

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—¿Por qué Marla me daría algo así? —preguntó Alex.

El mediodía había pasado sin ninguna palabra por parte de ambos y el paisaje había ido transformándose en escarpadas cumbres y viejos caminos, que los llevarían hasta el valle de Rohl con un poco de suerte en apenas seis jornadas. Pero el camino era difícil y los poblados en esa zona inexistentes. El silencio entre ambos era exasperante, pues no había otra compañía humana en cientos de kilómetros y Alex, acostumbrado a la vida de palacio, no sabía lidiar con la falta de sonidos humanos.

Por otro lado, la cabeza del príncipe parecía estar trabajando a mil por hora, llena de enojo y preguntas.

—¿Quizás tu hada se volvió loca? —Bianca soltó una pequeña risa sin una pizca de humor—. La verdad, se me ocurre una idea, aunque no se que tan plausible sea.

—Pues si no te importa compartirla conmigo, te lo agradecería —dijo Alexander, apretando la mandíbula y sintiéndose un idiota.

—Bueno, todos saben que las relaciones entre los reinos del sur y los del norte están un tanto tensas, hay rumores de que Gashard y Vodeler no han tenido cultivos buenos en años y si a eso le sumas tu inminente alianza con los Lancaster, puede que Marla haya considerado necesario usar el anillo para asegurarse que estarás a salvo, aunque es una jugada riesgosa y no termina de tener sentido...

—¿A qué te refieres?

—Que los anillos de hada dejaron de usarse por una razón Alex. Siempre puede salir algo mal, una reina puede morir primero, alguien puede raptarlas, envenenarlas o algo peor. Los anillos no son tan infalibles como parecen, y este es todavía más peligroso. Si la intención de tu hada era ayudarte, habría sido mejor atarte a la cama y evitar que escaparas. Esto —dijo, mostrando su dedo anular—, parece más una maldición que una bendición.

Alex se sintió atrapado, pues su vida, que suponía que era suya o en último caso de su esposa, estaba en manos de una lunática que peleaba contra dragones y apostaba en las tabernas.

—Necesito descansar —dijo de pronto Bianca, quien no había pegado ojo la noche anterior.

Buscaron una fuente de agua, y media hora después localizaron un riachuelo que quebraba desde las rocas. Dejaron a Rómulo cerca de un castaño y armaron un improvisado campamento. La caballera estaba harta de llevar sus ropas de campesina, pues, aunque se sentía liviana, extrañaba su armadura. Sin ella se sentía incompleta, como si realmente White no existiera en lo absoluto.

El calor de la tarde era sofocante y parecía que mientras más avanzaban, más sudorosos estaban. Bia se quitó el vestido azul y quedó expuesta con solo una camisola como prenda de vestir. Alex ya se había acostumbrado a los arrebatos nudistas de su amiga y si era sincero consigo mismo, no le molestaban en absoluto. En cambio, había otras cosas sobre la chica que lo perturbaban en extremo.

—Bianca, sé que mientes —La muchacha se quedó congelada tratando de quitarse las botas—. No sé exactamente que ocultas, pero puedo darme cuenta de que me estas mintiendo. No te obligaré a decir nada, sé que tampoco funcionaría, pero recuerda que estamos atados —Alex se encontró con los ojos de Bianca abiertos y llenos de temor.

Una pausa incómoda bailó entre los dos.

—Tu vida y la mía ahora están atrapadas en manos del otro —continuó el príncipe—, y por eso no puedo dejar que me lleves al castillo. —La chica enarcó las cejas con sorpresa.

—No sabes lo que estás diciendo.

—Claro que lo se. Si tú mueres —dijo Alexander—, yo muero. Y si te llevo al castillo ambos sabemos que te cortaran la cabeza por haberte hecho pasar por un hombre. Y encima un caballero. —Bianca hundió la cabeza entre las rodillas y susurró:

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora