Había escuchado las mismas palabras docenas de veces en las bocas de cada princesa que había rescatado, pero en los labios de Alexander había una mezcla de sorpresa y reproche que evocaba recuerdos tan antiguos que parecían la memoria de otra vida, de otra Bianca. Y la caballera no estaba segura si era por la forma en la que el príncipe la observaba con incredulidad, o el olor a agujas de pino que parecía impregnado a su ropa, pero estuvo a punto de largarse a reír.
Con seguridad ese reproche habría sido causa de aplausos si su madre pudiera verlo, la imagen llena de aquel mismo aroma que inundaba el cobertizo del hogar de su infancia, sus manos pequeñas trabajando con agilidad para limpiar las armas de su padre, su madre gritando «¡Bianca!» a todo pulmón, las armas cayendo al suelo y quedando enterradas entre paja y agujas de pino, Bianca insistiendo a su madre que solo necesitaba unos minutos más, preguntando si esta vez su padre traería a casa la espada que le prometió.
La mirada de su madre, preocupada.
«Bianca, las señoritas no blanden espadas. A menos que quieras alterar a las pobres gallinas otra vez».
Y Bianca riendo una vez más, segura de que su madre era demasiado dramática para tomarla enserio, mientras el suelo temblaba con un compás que anunciaba la llegada de las tropas y con ellas, su padre y quizás algún regalo.
Ese conocido temblor en el suelo, seguido del relinchar del primer caballo a la distancia, eran todo lo que Bianca necesitaba para espabilar de sus recuerdos y lograr zafarse de un golpe de Alexander, mientras este trataba de recobrar la compostura que había tirado a la basura en menos de tres segundos.
—Primero, mi querido príncipe de los asnos: Sí, soy una mujer y segundo: ¿Escuchas esos cascos a lo lejos? Pues está claro que no perdimos a los desgraciados en el camino, así que te subes al maldito caballo ahora o te dejo amarrado en un árbol y me largo sola.
Alexander dudo unos segundos, pensando en robar el caballo de la chica, pero la probabilidad de que este no lo obedeciera era muy grande, mientras que la probabilidad de iniciar una pelea innecesaria con White o morir a manos de los caballeros del rey era aun mayor.
—No creas que voy a dejar pasar esto. —Alex montó sobre el viejo Rómulo, no sin antes mostrar un gesto de dolor al sentarse.
—Ese es mi lugar. —Bianca se subió de un salto sobre su caballo, desplazando al príncipe hasta que éste estuvo sentado justo detrás de ella.
Alex apretó los dientes indignado al tener que cabalgar a cuestas de una mujer, pero no tuvo tiempo para quejarse. Bia se lanzó rápidamente al galope, esperando que Wolf los alcanzara pronto y, de paso, deseando perder a los caballeros del rey en el camino.
Cada vez podía sentirlos más y más cerca, el golpeteo de sus patas en la tierra seca intensificándose a cada minuto, su corazón galopando con la misma intensidad. Alexander se aferró con toda la dignidad que pudo al caballo, pero sentía que en cualquier minuto resbalaría y se rompería el cuello. Miró a Bianca dudando si aferrarse de ella y perder su distinción en el proceso, pero la duda fue de apenas un segundo. El bosque se hacía cada vez más espeso y las ramas en el piso cada vez más difíciles de flanquear, así que por mucho que Alexander valorase su carácter real, valoraba aun más el cuello que sostenía su hermosa cabeza, por lo que se aferró con ambos brazos a la cintura de la caballera.
La respiración de Bianca se quedó atorada en su cuello, incapaz de continuar su flujo natural a causa de la sorpresa. Se obligó a recordar que no tenía tiempo para olvidar como respirar y el aire volvió a entrar en sus pulmones, notando una sensación cálida que se esparcía en el lugar que las manos del príncipe hacían contacto con su cintura.
«Por todos los cielos, ¡Concéntrate!» Se reprendió a sí misma, sin entender que le estaba ocurriendo. Pero el miedo seguía siendo más fuerte y así mismo el sonido de los caballeros del rey más próximos a alcanzarlos. Bianca sabía que Rómulo era rápido e inteligente y que, por el contrario, los caballeros eran un tanto gordos incluso para sus caballos, por lo que formó sin tardanza un plan en su cabeza.
—Alexander, necesito que confíes en mi —dijo con el aliento entrecortado.
—¡Claro que no! —respondió Alex desde atrás.
El camino que se extendía frente a él se hacía cada vez más difícil de sortear y sentía que la situación estaba a punto de ganarles la batalla.
—Pues no te queda otra. Cuando diga ya, debes aferrarte a la rama más cercana y saltar sobre Rómulo.
—¿Pero qué clase de plan es ese?
—¡Ya! —anunció Bianca al tiempo que se aferraba de la rama más cercana y trepaba a dicho árbol.
Alex tuvo apenas unos segundos para comprender que, o saltaba, o su real cuello quedaba convertido en trofeo de caza. Tomó la rama más cercana entre sus brazos y trepó como pudo, subiendo a un gran sauce justo a tiempo para ver como los caballeros del rey pasaban bajo sus pies, en persecución del ahora abandonado a su suerte Rómulo. Esperó oculto entre el follaje mientras vio alejarse a la comitiva que los perseguía. A unos cuantos metros se extendía una zona absolutamente salvaje en vegetación que Rómulo sorteó sin apenas problemas, pero que los hombres del rey no tuvieron tanta suerte de cruzar. Uno tras otro cayeron sobre sus caballos al enredarse entre los setos y las raíces protuberantes, terminando la caza de príncipes y caballeros en un bonito juego de dominó.
—¿A que soy brillante? —Alex se sobresaltó, apenas logrando aferrarse a una de las ramas para evitar caer de la impresión.
Bianca lo miraba apoyada en el tronco del árbol con un aire de suficiencia imposible de borrar de su rostro.
—Es lo mínimo que podías hacer —dijo tratando de bajarle los humos a la chica que tenía frente a sí.
Alex no podía decir que la considerara atractiva en lo absoluto, pero algo en su forma de mirar lo intimidaba más allá de lo convencionalmente correcto, el atisbo de que había más de caballero en ella que una simple armadura.
—¿Crees que tu caballo estará bien? —preguntó, tratando de romper la tensión.
—Rómulo es un genio. Bueno, para un caballo supongo que lo es. Sabrá volver en unas horas. Lo mismo que el engendro de Wolf —recordó Bianca, odiando al ave más que nunca por desaparecer cuando lo necesitaba.
—No podemos quedarnos acá —Alexander observó a lo lejos como los caballeros se reincorporaban con torpeza —. Vendrán más.
—Lo sé. Por ahora nuestra única oportunidad es continuar a pie hacia el norte.
—Esto es solo una tregua temporal White.
Alex miró a lo lejos, controlando su irritación al saber que seguir junto a la chica era su única oportunidad para salir de ese territorio en una pieza.
—Bianca —dijo la caballera, encontrando su mirada con la del príncipe.
—¿Qué dijiste? —El príncipe arqueó una ceja, en su característico gesto de pregunta.
—Mi nombre es Bianca, no White. Supongo que si vamos a continuar juntos, al menos deberías saber mi nombre —dijo Bia, mientras comenzaba a descender del árbol sin volver a mirar al arrogante príncipe, con la agotadora sensación de que ese sería un largo viaje.
Recordad que podeis dejar vuestros hermosos votos, y os adoro! Savvie.
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De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1
FantasyPrimera parte de la Trilogía de los Seis Reinos. Bianca White, caballera de los Seis Reinos y rescatadora de princesas, solo quiere dos cosas: Rescatar princesas con la menor dificultad posible y resolver un problema de su pasado. Por otro lado está...