De ojos azules y piernas largas

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—¿Cuántas veces tengo que disculparme? Ya te dije, no sé qué me pasó —Alexander levantaba los brazos al aire en señal de rendición por décima vez aquella tarde.

La verdad era que Bianca no estaba tan enojada, pues ya sabía las razones de actuar del príncipe, que incluso el mismo desconocía. Pero nadie le quitaría la satisfacción de verlo disculparse una y otra vez como un cachorro arrepentido.

—Pues no me vendría mal que lo repitieras unas cuantas veces más.

La caballera observaba a Alex con un aire de enfado difícil de mantener, muriendo de ganas de reír. Si bien en un principio se sintió un tanto celosa por la intromisión de la mujer del cabello plateado, al reconocer las señales que en un primer momento le pasaron desapercibidas todos sus celos se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos, más no sin dejar el paso abierto a la preocupación.

Si ella cometía un solo error en su plan las cosas se pondrían muy feas y Bianca sabía que esa era su única oportunidad de librarse de aquella mujer. Miró al príncipe y suspiró.

—Sabes, por más que disfrute escuchar tus disculpas rimbombantes y principescas, estamos perdiendo un tiempo valioso.

—¿Qué quieres decir? —El príncipe se sentó sobre la cama de la habitación que Bianca había ganado apostando y apoyo su mentón sobre su mano a la espera de que la chica aclarara algo de toda esa loca situación.

—Que necesitamos deshacernos de esa mujer esta misma noche —dijo Bianca, con una mirada que estremeció al chico.

—¿Acaso enloqueciste?

—El único que casi enloquece fuiste tú —respondió la chica al tiempo que achicaba los ojos.

—Yo no soy el loco que quiere matar a alguien.

—Yo jamás dije que íbamos a matarla —Alexander frunció el ceño—, solo cállate y escucha. Tengo un plan que poner en marcha y tú tendrás que ayudarme.


La noche era fría en alta mar y el viento juguetón se arremolino en el bordillo del vestido que llevaba puesto la caballera, quién suspirando con exageración, trató de subir el escote que dejaba poco a la imaginación, mostrando algunas marcas de sus vendas que después de tanto tiempo eran imposibles de borrar.

Bianca no estaba segura de si su plan era estupendo, o una soberana estupidez. Todo dependía de que sus suposiciones fueran ciertas. Y si bien deseaba estar en lo correcto, la posibilidad de que lo estuviera significaba un problema aun más grande. Pero ya estaba todo estaba listo para empezar el plan y Bianca no tenía tiempo que perder en contemplaciones. En silencio repasó la lista de todos los elementos necesarios.

Una Suite privada. Listo.

Un anillo. Listo.

Un violinista entreteniendo a todo el barco en cubierta. Listo.

Un vestido pomposo y bastante feo. Listo.

Un listón anudado como corbatín en el cuello de Alexander. Listo.

Un príncipe quejica. Listo.

—¿Listo? —El príncipe miró a Bianca nervioso por lo que estaban a punto de hacer.

Si bien admitía que la chica era brillante, después de lo que había escuchado de sus labios aquella tarde, solo esperaba no terminar hundido bajo el mar como el hombre de la historia de Boho. Caminó hacia la cubierta con la mano de Bianca entre las suyas y sus dedos empezaron a sudar.

La chica llevaba puesto un voluminoso vestido, bastante horripilante, que provocaba dos ideas extrañas en Alex. La primera era quemarlo y arrojarlo al mar. La segunda seguía luego de haberlo tirado y tener a Bianca sin esa cosa horrible.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora