De purgatorios terrenales

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—¿Hablas enserio?

—Por supuesto. Aunque no era una bestia tan grande como la de Millis.

—Tienes que estar bromeando. Nadie mata un dragón así como así ¡Menos una niñita! —Bianca lo fulminó con la mirada haciendo palpable su indignación. Nadie la tomaba por cobarde o mentirosa.

—Si no me crees cosa tuya. Yo solo te digo la verdad.

—Claro, y yo nací ayer —murmuró Alex.

Conversar sobre sus aventuras parecía un terreno seguro, y Bianca lo había abrazado con gusto solo para evitar charlas que incluyeran explicar sus emociones. El viaje se hacía cada vez más complicado para su joven corazón, confundiéndola constantemente. La mitad del tiempo no sabía si lo que tenía era una fuerte indigestión, un problema cardíaco o un gran dolor de cabeza.

Miró a Alexander, deseando continuar lo que fuera que hubiese ocurrido la noche anterior. Pero el problema era que no sabía que había ocurrido. Tenía ganas de arrancarse el cabello cada vez que soñaba despierta con los labios del príncipe.

— ¡Bianca! —dijo el chico.

— ¡Qué qué!

—Te hable tres veces, pero parecías en la luna. —La boca de Alexander se curvó en una media sonrisa que solo consiguió ofuscar más a Bianca.

—Lo siento —dijo avergonzada y tratando de mantener el paso firme mientras avanzaban por el poco transitado camino de tierra.

—Dije que deberías ponerte la ropa de campesina, estamos cerca de un pueblo estacionario, habrá patrullas y si tenemos mala suerte incluso comerciantes.

La chica había olvidado por completo que los pueblos estacionarios eran comunes en Rampagne, en gran parte porque el recuerdo de haber vivido en uno de ellos le provocaba demasiado dolor y reprimirlo era más sencillo y en parte porque el chico a su lado ocupaba casi toda su mente en esos momentos.

—Claro, también deberías ponerte tu sombrero.

Se detuvieron bajo una zona espesa de grandes árboles que parecían unirse entre sí a través de sus ramas formando una especie de enorme chaleco verde. La intimidad del lugar era acogedora y Bianca se desvistió con calma.

—Tienes que dejar de hacer eso —dijo Alex con una vibración extraña en la voz.

—Hacer que —respondió Bianca sacándose los pantalones.

—Eso.

—Pues te aguantas. —La chica se divertía montones a costa de provocarlo, aunque no supiera que terreno estaba pisando. Con lentitud se puso sus pantalones cafés y el vestido corto azul.

—Listo —dijo sonriente, mientras Alex parecía hacer acopio de voluntad para continuar su camino.

Avanzaron largo rato por el bosque, dejando que las variedades de árboles cambiaran de muy frondosas especies frutales, a grandes álamos que dejaban surcar los rayos del sol hasta el pasto a sus pies, tornándolo de verde oscuro a verdes limas y tonos amarillos suaves.

Pero a pesar de la paz que reinaba en el camino, Bianca sentía que algo no andaba bien. La sensación de indigestión curiosamente placentera que se había apoderado de su estómago, se había tornado en pura indigestión sin placer. Un olor acre y a la vez dulzón golpeó con fuerza sus fosas nasales, enviando una oleada de nauseas a su garganta. Un escozor irritante enrojeció sus ojos cafés.

—¿Que está pasando? —dijo Alexander aquejado de un súbito ataque de arcadas a causa del aroma.

Bianca conocía aquel aroma demasiado bien.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora