De ribetes dorados y bailes robados

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—Es un plan suicida —Alexander miraba estupefacto a su compañeros, en intervalos que asemejaban un juego de pelotas.

La idea no era demasiado tentadora para ninguno de los tres, pero Bianca y Tristán habían discutido ampliamente los pros y los contras, y en honor al poco tiempo que tenían para actuar, tomar la opción más arriesgada parecía lo correcto.

Aun así, Bianca tenía una opinión similar a la del príncipe al respecto, y no podía sacudirse el mal presentimiento que flotaba sobre ella como una nube negra en una tarde lluviosa. Suspirando, la caballera agachó su mirada a su regazo, agobiada por la mirada escrutadora de Alexander. Concentrandose en algo que no fuera él, escuchó los sonidos de carruajes cruzando la calle bajo la posada, resonando contra el empedrado sucio y maltratado de Valack.

Mientras Tristán explicaba a Alex los detalles del plan, La mente de Bianca iba y volvía de la habitación, reviviendo la conversación que había tenido con el hombre la noche anterior, ocultos en un inmundo callejón detrás de una taberna. Aún podía oler los desperdicios y sentir las piedras húmedas contra la espalda como si estuviera ahí, las farolas arrojando luces lúgubres sobre sus figuras. Pero la voz de Tristán continuó arrastrandola al presente.

—Es una excelente oportunidad para averiguar si vuestro hermano es quien está detrás de todo esto, sin levantar sospechas —dijo Tristán, tamborileando los dedos contra su rodilla.

«Marius estará ahí, y según mis informantes, para reunirse con nobles de dudosa reputación». Bianca empezaba a reconocer ese tamborileo como impaciencia.

—¿Y si fuera él? El riesgo es demasiado grande —preguntó el príncipe, tocándose el mentón con la mano derecha. La caballera cerró los ojos con fuerza, consciente de que usar a Alex para llevar a cabo su plan era una medida desesperada, aunque no por ello menos necesaria.

«¿Una reunión en medio de un baile? Eso es temerario hasta para él».

—Es la última oportunidad que tendremos en un buen tiempo para interceptarlo fuera de Ciudad Real —objetó Tristán, acelerando el ritmo de sus dedos.

«Su posición lo ha vuelto necio e imprudente. Es momento de usar su debilidad en nuestro favor».

—Está bien. Entrar no será un problema si vais conmigo. —Tristán frenó el movimiento de su mano en seco.

«Temo que si movemos un pie en falso, será Alex quien pague el precio».

«Eso debiste pensarlo antes».

—Perfecto. Ahora solo nos queda decidir como actuaremos frente a Maximillian.

—Pero —Interrumpió Alexander—, quiero saber que es lo que me estáis ocultando.

—Juro que una vez que salgamos del baile os contaré todo —dijo Tristán levantando una mano en señal de promesa.

—¿Todo? —inquirió Alex, esta vez mirando a Bianca.

—Todo —respondió ella, comprendiendo a lo que Alex se refería .

—Bien. Pero —Alex reclinó su espalda contra la silla—, vosotros dos no vais a entrar así a ninguna parte.

Alexander ensanchó una sonrisa sospechosa y un tanto maliciosa, provocando que Bianca tragara saliva sonoramente.


Alex admiraba el resultado de su ajetreada tarde, pues a simple vista nadie dudaría que sus acompañantes se parecían a cualquier otro noble del reino: insulsos, bien vestidos y frívolos. Bianca se miraba en el espejo, tratando de encontrar su cicatriz detrás de aquella extraña crema que la mujer encargada de arreglarla para la fiesta le había aplicado apenas media hora atrás. Pero solo encontraba su rostro perfectamente liso. Empezaba a extrañar la marca que la había acompañado durante tantos años, aunque siguiera estando ahí, pero invisible. Alexander observaba la turbación de la chica con ternura y con paso ligero se acercó hasta quedar costado a costado.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora