De cuervos, carroña, y perdón

2.9K 452 54
                                    


Bianca había conocido toda clase de dolor que ese mundo pudiera ofrecer. Lloró la muerte de sus padres, perdió su libertad mil y una veces, vio morir a sus hermanas y condenó a su hermano, fue convertida en una sombra de sí misma y le fue arrebatada su propia identidad.

Y había roto el corazón y la confianza de la única persona que la amara en los últimos diez años.

Ya no tenía la energía para continuar llorando y las lágrimas parecían haber agotado sus recursos. Así que continuó gritando de forma ahogada. Grito tras grito, insonoros en su garganta raspada. Como pequeños gemidos de un animal herido.

Alexander seguía dormido, hecho un ovillo contra el muro de la cueva. Bianca se giró para verlo mejor, en un acto masoquista, pues el frío se extendía por la cueva, rogandole correr a los brazos del chico.

La muchacha se incorporó con dificultad, sintiendo las manos inflamadas a causa de los cortes y las heridas descuidadas e infectadas. Sus piernas estaban desolladas entre los muslos a causa del incesante y loco galopar. Su cara ardía de forma insoportable y la sal de sus propias lágrimas escocía sobre los cortes como vinagre derramado. Gritaba por pura inercia, porque después de tantas horas llorando incluso mientras dormía no podía parar. Gemía suavemente mientras buscaba la mejor manera de levantar su cuerpo sin despertar a Alexander. Pero tenía hambre y sed, y no la suficiente fuerza para llegar hasta los caballos a pie. Comenzó a gatear para salir de aquella cueva, sintiendo sus palmas febriles contra cada guijarro del piso y rompiendo sus rodillas en el proceso. Aún llevaba sus calzones largos y una fina camiseta a modo de ropa interior y el frío del ambiente parecía haberla calado hasta los huesos.

Continuó arrastrándose varios minutos, tratando de apoyarse poco a poco en las rocas más altas y los troncos secos que otrora fueran majestuosos árboles. Café parecía ser el color que predominaba en toda dirección. Café y gris manchado de café, pues el polvo había cubierto finamente las rocas en aquel lugar que la lluvia parecía haber olvidado. Bianca se sentía como en aquella historia que Boho contase la primera vez que se encontraron y no pudo más que identificarse con la maldad sedienta.

Tardó largos y terribles minutos en llegar hasta los caballos, dejándose caer con un golpe seco sobre la tierra cuando se encontró junto a Rómulo. Suponía que hacía frío, pero la fiebre no le permitía sentir nada que no fuese un calor tropical. Rómulo lamió su cara tratando de reanimarla y Bianca agradeció a su viejo compañero de huida aquel gesto.

—Siete años después, y aun seguimos huyendo —dijo la chica de forma rasposa y apenas audible, aunque su corcel pareció entender de igual manera, pues le dio un suave empujoncito en el costado de su rostro, el único gesto dulce que Bianca recibiría después de lo que había hecho. Con dificultad alcanzó las alforjas y las jaló hasta derramar todo su contenido en el suelo. Maldiciendo por lo bajo, rebuscó una de las cantimploras hasta dar con el cuero que la recubría. Temblorosa, abrió la boca y vertió su contenido sobre sus labios, garganta y cuello, como si la vida se le fuese en ello. Sorbió hasta la última gota de aquel preciado líquido, antes de volver a reacomodar el contenido de la alforja dentro de esta. Con la poca fuerza que le quedaba tiró la carga sobre su espalda, arrastrándose una vez más hasta la cueva.

Alexander temblaba de pies a cabeza, movimiento que pasó desapercibido en un inicio por Bianca al encontrarse en el mismo estado febril. En silencio se deslizó hasta quedar junto al chico quien se encontraba totalmente magullado y herido. Tomó con cuidado una de sus manos, con heridas gemelas a las suyas y se sintió fatal.

Si el infierno era proporcional al mal hecho en la tierra, el suyo debía ser enorme.

Abrió una de las cantimploras y tomó un trozo de tela que parecía un trapo para secar. Lo mojo y tomó la cabeza de Alex hasta ponerla sobre sus piernas. Con el mayor cuidado posible comenzó a limpiar las heridas, ganándose algunas muecas inconscientes de dolor por parte del chico. Tanteo sus posesiones hasta dar con una botella de Whisky.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora