De obligaciones malditas

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—¡Por aquí imbéciles! —pregonó Alex desde lo alto del tejado, blandiendo la espada de Bianca con la gracia de un artista mientras daba saltos y piruetas sobre las tejas burlándose de los cazarrecompensas.

La caballera no pudo reprimir una sonrisa al ver al príncipe haciendo semejante espectáculo, y admitió para sí misma que él chico tenía cierto estilo. Pero Bianca no tenía tiempo de admirar la agilidad de su rubio acompañante, a menos que quisiera que este terminara con la cabeza empalada.

«Lo que no sería una mala idea» pensó, provocando una sonrisa en la comisura de sus labios. Se acercó con sigilo por detrás del tipo al que llamaban Jerry, procurando hacer el menor ruido posible. Sin ser notada llegó detrás del hombre y en un abrir y cerrar de ojos le metió la daga en medio de la pantorrilla.

—¡Ah! —gritó el tipo cayendo de rodillas.

Pero Bianca no tenía tiempo de admirar su trabajo y se apresuró a buscar escondite entre los arbustos. Aun faltaba acabar con el rubio cara de zorro y el moreno con aspecto de pocos amigos y tenía que actuar rápido. Con ágiles movimientos avanzó entre la alta hierba que la escondía y se posicionó detrás del rubio silenciosa como un espíritu.

El moreno se apresuró a ver qué ocurría con Jerry, momento que Bianca aprovechó con premura lanzándose sobre el tipo en cuestión, botándolo al piso y consecutivamente cayendo sobre él en el proceso.

El subidón de adrenalina la estaba revitalizando como si hubiese nacido para ello. Bianca disfrutaba más que nada en este mundo la sensación de victoria que obtenía a derrotar a sus contrincantes en cada combate. Pero el tipo rubio reaccionó demasiado rápido, tirándola bajo su cuerpo y aprisionándola con las piernas. Por alguna razón recordó el momento en que Alex le había quitado el casco y su cuerpo reaccionó con el mismo terror. Sin perder tiempo le enterró la pequeña daga bajo el brazo, provocando otro alarido y logró incorporarse en un par de segundos. Pero no fue lo suficientemente rápida.

El tipo moreno la atrapaba ahora con un brazo, demasiado fuerte para ella, pues por muy ágil que fuera el combate cuerpo a cuerpo siempre la dejaba en desventaja a causa de su tamaño. Con el tipo rubio logró ser más rápida, pero aquí parecía que la suerte no estaba de su lado. Podía sentir sus costillas aplastadas dentro de la armadura y sospechaba que si el desgraciado no la soltaba se convertiría en puré de tomates en cualquier momento. Con su otra mano empuñaba su espada contra el cuello de Bianca, listo para partirla en dos en cualquier segundo.

«Esto no era parte del plan», pensó la caballera, prácticamente frustrada de que su muerte fuese a ser tan penosa y poco gloriosa.

Pero antes de despedirse de esta tierra, los brazos del hombre la soltaron, dejando entrar aire a sus adoloridos pulmones. Sin demora se dio la vuelta como pudo, encontrándose a Alex con su espada metida en el hombro del moreno y una sonrisa de satisfacción imposible de borrar.

—Pues serán buenos mercenarios, pero son pésimos guerreros —dijo el príncipe, acercándose a la chica con una suficiencia palpable en el aire.

Bianca lo miró con renovado interés y es que el hecho de que Alex realmente supiera cómo usar una espada la dejó atónita; Bianca había pensando que durante su conversación en la torre el príncipe solo estaba alardeado sobre su fama como espadachín, pero para sorpresa de la chica, no era ni una broma, ni una exageración. Resopló de forma apenas audible y desvió la mirada mientras trataba de recobrar la compostura.

—Hay que desatar a la gente y atar a estos bastardos —indicó, encaminándose hacia la casa, no sin antes patear al moreno en la pantorrilla, provocando otro grito gutural por su parte.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora