De emociones complicadas

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—Ya extrañaba esto.

—Yo también extrañaba verte con poca ropa. —Bianca frunció el ceño fingiendo enojo, pero su buen humor era difícil de opacar por las palabras de Alex. A pesar de quedarles medio ciclo lunar de viaje, al encontrarse nuevamente en su territorio la travesía que les quedaba por delante parecía más un paseo que un intento por salvarse el pellejo.

Bianca caminaba con su usual pantalón de malla, sus botas de cuero gastado y sus vendas por toda ropa en el torso, pues el calor del mediodía era sofocante. Alex por su parte caminaba con el torso desnudo, pues no perdía oportunidad de exhibirse ante la chica que parecía ignorarlo completamente, hundiendo su autoestima como la cabeza de un avestruz.

—Hay algo que me he estado preguntando —dijo Bianca, mientras avanzaban por el camino con el sol sobre sus rostros. Su mano resbalaba constantemente de las riendas de Rómulo, quien se desplazaba a su lado pesadamente, mientras Wolf volaba frente a ellos con sus alas extendidas frente al sol.

—Soy todo oídos cariño. —El chico puso sus manos dentro de los bolsillos del pantalón en un ademán casual.

—¿Todos los príncipes tienen hadas madrinas?

—No, la verdad es que solo algunos. Aunque en el caso de las princesas es diferente. Todas ellas tienen hadas, sin excepción.

—¿Y cuál es la excepción para que un chico tenga una? —dijo limpiándose la frente de sudor con el dorso de la mano.

—Hay dos opciones: La primera es ser el heredero al trono, y la segunda es casi igual. Solo que en algunos casos, si el heredero muere, su hada madrina pasa a ser la guardiana del siguiente en sucesión, pero es poco usual. Normalmente los otros príncipes tienen guardianes humanos.

Bianca sopesó sus palabras, preguntándose si esa era una razón válida para que Max buscara deshacerse de Alex, en el caso que esa suposición fuera cierta.

—¿Tiene alguna gracia tener un hada madrina a tu disposición? —Bianca se arrepintió en el mismo instante que esas palabras salieron de su boca, olvidando que Alexander tenía una imaginación muy pícara.

—Vaya, si que tienes una mente sucia —dijo el chico, estirándose para mostrar sus músculos aun más.

—No me refería a eso.

—No tienes para qué estar celosa, hay suficiente Alex para todas —la muchacha bufó irritada, lanzándole dagas con los ojos al príncipe—. Solo bromeaba. Y la verdad es que no es mucho lo que hacen. Se supone que su magia nos protege para no enfermar demasiado o curar nuestras heridas con rapidez, ese tipo de cosas prácticas —dijo, dedicándole una cálida sonrisa a la muchacha, quien bajo los hombros en señal de relajo.

—No me esperaba eso. Siempre pensé que serían como las de los cuentos, ya sabes, proporcionándote artículos mágicos y soluciones a todo —Alexander soltó una carcajada y pasó su mano por su cabello perlado de sudor.

—Que cosas dices Bianca, creo que tienes demasiada imaginación.

—No te burles.

Continuaron caminando en un pacífico silencio por parte de ambos, acompañados del sonido del bosque a su alrededor, pájaros cantando y la música de las hojas al chocar entre si, mecidas por el viento.


—Bianca —dijo Wolf, posándose suavemente sobre el pasto.

Alexander se hallaba a unos cuantos metros, bañándose en un riachuelo que quebraba desde unas altas rocas, disfrutando de un merecido descanso después de una jornada completa de caminata bajo el sol.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora