La conmoción que se apoderó del reino fue tal que los habitantes de la región pensaron que se avecinaba una guerra.
El rumor de que el príncipe había sido asesinado se extendió como una plaga de boca en boca, aunque no era del todo incorrecto.
La princesa Adelle gritaba como poseída a los cuatro vientos, llorando la muerte de un chico al que apenas vio cuatro veces en su vida. Para su satisfacción las mujeres del reino amaban el drama, por lo que prestaron oídos y hombros para su triste historia de amor. Mientras, el rey miraba los muros del castillo con una expresión carente de vida.
Marla fue llamada frente a él y durante horas explicó una y otra vez que aquello no ocurrió por el anillo, era simplemente por el lazo que compartían el príncipe y la caballera. Pero el rey enceguecido por la tristeza y el conocimiento de la verdad tras esas palabras, parecía no escuchar.
Los caballos hicieron retumbar la tierra que se extendía a la entrada de la ciudad, dirigidos por el príncipe Maximillian a la cabeza. Hombres y mujeres se asomaron a admirar la entrada triunfal del muchacho, seguido del comandante Tristán Frado, visión que provocó más de un gritó despavorido pues se creía al hombre muerto y enterrado. Detrás los seguía una larga comitiva de nobles de todas partes del reino, seguidos de forma aún más impresionante por el rey Louis en persona.
Marius no tardó en ser avisado y trató de huir sin demora del castillo y el reino. Pero Max era inteligente y suponiendo que el hombre podía intentar una escapada, mandó a sus hombres a apostarse en cada rincón de la ciudad, imposibilitando que el general saliera de allí. Dos jornadas habían pasado ya desde la muerte de Alexander.
En cada casa se extendían banderas negras en memoria del joven príncipe y Max comprendió que al haber ido en busca del rey Louis, aunque con noble intención, había tenido un precio muy alto. Maximillian se apresuró al encuentro del rey, mientras sus hombres llevaban a Marius a la plaza central, preparando un improvisado poste de amarre y atándolo de manos y pies, para sorpresa de los habitantes que por ahí transitaban. El rey escuchó a Max con angustia, pesar y sobre todo culpa, al pensar que su primogénito y la hija de Timo White fueron condenados frente a sus propios ojos y bajo su propia mano.
Sin perder tiempo mandó a llamar al tesorero real, y uno a uno descubrieron los crímenes de Marius Alcot, corroborados por los nobles de la comitiva ante el consejo real he incluso, por el propio rey Louis, quién harto de las manipulaciones de Marius, confesara a su pueblo lo que ya todo Hecanto y los otros reinos sospechaban largamente, liberando así a Amelia de sus obligaciones conyugales, quien para su sorpresa, había declinado la oferta, pues había descubierto que gustaba gratamente de ser reina y los privilegios que ello conllevaba.
Sin perder tiempo, se envió una patrulla de búsqueda por el bosque, quienes tardaron una jornada y una noche en ubicar el cuerpo de Bianca, que yacía desnudo entre la vegetación.
Por orden real, las hazañas de Bianca White fueron comunicadas a cada rincón del reino y el rey en persona declaró a la caballera, su familia y todos los muertos a mano de Marius, como héroes, cuyos nombres jamás se permitiría fueran olvidados. Por petición de Tristán, pues era el único sobreviviente de la masacre, se le permitió imponer el castigo que deseara a Marius, quien debía ser ejecutado a la brevedad.
Sin culpa, pero con gran emoción, Tristán ordenó que se expusieran sus entrañas al aire pero dejándolo vivo y atado a las afueras de la ciudad, para servir de comida a las aves y los animales salvajes, sentencia que fue realizada con gusto por los soldados fieles al rey.
Para los traidores cómplices de los crímenes de Marius, se declararon variadas sentencias: A los perpetradores de los asesinatos, fuera desde nobles hasta soldados, se los condenó a una muerte rápida, demasiado piadosa en comparación del destino de su general. A aquellos que habían robado y engañado, se les obligó a entregar todas sus posesiones, hasta la ropa que llevaban a las arcas reales, tesoros que serían repartidos entre aquellos que lo necesitaran, además de ser desterrados hacia los reinos del norte, donde los campos de hielo brillaban todo el año, todos los años y desde que se tuviera memoria de su existencia.
Tristán por su parte, fue nombrado Primer General de Rampagne y agradecido por el honor, juró lealtad al pueblo hasta su último aliento. Marla fue liberada de su condena al exilio, otorgándosele un deseo, fuese lo que fuese, como compensación por el perjuicio ocasionado. Todo lo que pidió fue encargarse del funeral del príncipe Alexander Y Bianca.
Con tristeza en su feérico corazón, vistió al príncipe con sus mejores ropas y gracias a su magia, dotó su rostro de una paz que solo le pertenecía a los muertos. A su vez, limpió a Bianca de la suciedad que impregnaba su cuerpo, de las hojas, de la tierra y peinó su cabello en ondas soltándolo alrededor de su rostro, ahora durmiente y frío. Curó como pudo el aspecto de la herida en su pecho, y vistió a la muchacha cómo se vestía a los caballeros del rey al morir, cruzando sus manos y su espada sobre el corazón.
El funeral fue el más grande que jamás viera el reino, pues habitantes de cada rincón se presentaron a rendir honores a los dos muchachos que ayudaron a salvar a su pueblo de las garras del malvado general. Pero más sorpresivo fue cuando de los lugares más remotos acudieron una a una las princesas que Bianca salvara, entre ellas la ahora reina Amelia, quienes rindieron el mayor de los honores a la muchacha que arriesgo una y otra vez su vida para salvarlas de las más inimaginables situaciones. Incluso los Garmios se presentaron.
Los enterraron juntos, en el corazón del bosque blanco, donde solo Marla los acompañó pues creía firmemente que de aquel lugar solo ellos eran merecedores de entrar, velando sus cuerpos bajo las copas de los árboles blancos, que parecían felices de recibir una vez más a los chicos bajo su resguardo. Marla sonrió y se despidió de ambos, dejándolos dormidos para siempre a la luz de las flores mágicas que crecían ahí.
El reino volvió poco a poco a su habitual rutina y las historias de sus aventuras fueron contadas una y otra vez divulgándose por cada hogar a la hora de dormir, de modo que cada niño, adulto y anciano conocía el nombre del príncipe Alexander y su caballera, Bianca White.
Poco después de la muerte de los chicos, la tristeza se llevó también al rey, quien solo en su lecho de muerte encontró descansó a su atribulado corazón. En su lugar tomó el mando Max pues Phillip, al igual que Alexander, tenía esa alma inquieta que deseaba más las aventuras que las joyas o las coronas.
El rey Maximillian reinó con justicia y su primera y más importante proclamación, fue el permitir que cada muchacha que así lo deseara se integrara a las líneas de la milicia real, anuncio que aunque causó cierto revuelo, fue acogido con entusiasmo por las chicas que ansiaban aventuras y ver el mundo fuera de los límites que conocían.
El tiempo pasó, como pasa para todos los mortales, y las jornadas se tornaron en ciclos, que a su vez se tornaron en años. Y los sucesos acontecidos, se convirtieron en otra leyenda más de los Seis Reinos, contada de padres a hijos, y de hijos a nietos, quienes jamás olvidarían los nombres de Bianca y Alexander, y la historia de un príncipe que se enamoró perdidamente de su valiente caballera.
ESTÁS LEYENDO
De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1
FantasyPrimera parte de la Trilogía de los Seis Reinos. Bianca White, caballera de los Seis Reinos y rescatadora de princesas, solo quiere dos cosas: Rescatar princesas con la menor dificultad posible y resolver un problema de su pasado. Por otro lado está...