De accidentes y rescates

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«Tic, tic, tic, tic.»

El repiqueteo despertó a Bianca de un salto, quien blandió su espada a diestra y siniestra tratando de enfocar los ojos en la pálida luz de la madrugada.

—Deja ya deja de jugar y despierta rápido.

La conocida vocecita del Wolf la saludó con un tono por demás irritante, que no ayudó a su usual mal humor matutino. Tiró su espada al piso y se dejó caer junto a esta, fatigada por el repentino despertar.

—Sabes, a veces pienso que debería comerte o venderte a alguna feria de rarezas, pero no consigo decidir cuál sería una mejor tortura —dijo la muchacha pasándose las manos entre el cabello en un salvaje intento de domesticar el animal muerto que tenía por peinado esa mañana.

—No seas tan gruñona. Tenemos cosas más importantes de qué hablar. Mientras ustedes se estaban correteando con los caballeros del rey y sosteniendo una romántica velada a la luz de la luna —Bianca enarcó una ceja al tiempo que chasqueaba la lengua—, yo averiguaba cosas un tanto...complicadas. Ahora, tengo una buena y una mala noticia, así que dime cual quieres saber primero —Wolf se posó sobre uno de los troncos apagados de la fogata de la noche anterior.

—Dime la mala —dijo Bianca preparándose para algo que de seguro le traería más dolores de cabeza.

—El rey ha puesto una recompensa para quien os entregue vivos o muertos.

Esa era una muy mala noticia. Y aunque en otras circunstancias habría comenzando a hiperventilar ahí mismo, no pudo evitar estremecerse al pensar la suerte de Amelia en esas circunstancias.

—¿Y la buena? —preguntó esperanzada de que fuera una maravillosa noticia.

—Tu viejo jamelgo está apenas a unos minutos de distancia. Aunque no sé si sea una buena noticia, deberías comerte a ese animal vetusto —finalizó Wolf, volando hasta posarse en el pasto, desayunando algunas semillas entre picoteos, mientras Bianca suspiraba aliviada; viejo o no Rómulo seguía siendo su caballo y el saber que los había logrado encontrar la ponía de un excelente humor, que ni la noticia del precio sobre su cabeza podía opacar.

Miró en dirección opuesta a donde se encontraba, observando el tranquilo semblante de Alexander, quien parecía no percatarse que ya había amanecido, y decidió aprovechar su momento a solas para darse un baño. A pesar de no vivir como una chica ordinaria, la idea de oler a sudor de caballo no la satisfacía en lo absoluto, así que decidió asearse, pues era difícil saber si tendría una pronta oportunidad de hacerlo en mejores condiciones. Se desvistió lo más rápido que su ropa le permitía y se zambulló en el agua feliz de poder nadar al menos unos cuantos minutos. Jugar así la hacía recordar veranos interminables junto a sus hermanos, comiendo manzanas y jugando con espadas de madera que su madre, por supuesto, desaprobaba completamente, pero que su padre por otro lado, estaba siempre feliz de poner a disposición de sus pequeños demonios. El recuerdo la hizo sonreír.

—No es que me esté quejando por la vista matutina, pero te estás tardando mucho y yo también necesito asearme. —Bianca casi se ahogó de la impresión y hundió casi todo su cuerpo bajo el agua, dejando visible únicamente su cabeza entre algunos nenúfares.

De pronto uno de sus pies se enredó entre las pequeñas raíces que crecían al fondo del lago, tirándola con fuerza hasta el fondo.

—Vamos Bianca, deja de bromear quieres —dijo Alex desde la orilla.

La muchacha no respondió y Alex se mordió el labio. «Maldición», pensó el príncipe, al darse cuenta que ya habían pasado varios segundos sin que Bianca saliera a la superficie.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora