De lazos inquebrantables

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Bianca caminaba a zancadas, tratando de sacar ventaja a Alexander mientras pasaba sus manos por su cara, irritada e impaciente.

«Wolf, no me dejes». Era con toda probabilidad el peor momento para que esos pensamientos intrusos decidieran hacer su aparición estelar.

«Wolfgang, no cierres los ojos». Podía sentir la mirada de Alexander en su nuca, inquisitiva.

«No voy a ningún lugar».

Bianca trató de adelantar una vez más a su compañero, pero el príncipe era mucho más alto que ella y la alcanzó sin problemas.

—Sigo sin entender —dijo Alex, mirando de forma intermitente al pájaro y a su acompañante caminar por las empedradas calles de Millis.

El lugar volvía a restaurar su orden y la gente les agradecía con pequeños regalos y reverencias de respeto. Alex estaba acostumbrado a todo eso, pero Bianca se sentía cada vez más sofocada. Demasiada gente, demasiadas preguntas y ningún lugar donde estar a solas y en paz.

—No hay nada que entender Alexander. Wolf es mi hermano gemelo, eso es todo lo que necesitas saber. Si no quieres una espada metida en tu garganta confórmate con eso —espetó irritada, dando por finalizada la conversación.

Una vez más volvía a mentir, probando sus capacidades casi al límite. Y una vez más era una mentira parcial. Pero la verdad era demasiado complicada, implicaba demasiadas cosas en juego. Wolf no era su hermano. Era solo una parte de él y eso era lo que más la torturaba. Estaba condenado, igual que ella, hasta que lograrán dar con el bastardo que les hizo eso. Y mientras tanto la chica se veía obligada a vivir con el pedazo de alma que Wolfgang había dejado con ella. Llamarlo por su nombre completo era igualmente doloroso. De ahí que ella solo lo llamara Wolf.

La chica no aguantaba más tiempo en esa ciudad que por más bella que fuese, parecía tener un hechizo sobre ella, obligándola a hacer y decir cosas que en su sano juicio jamás haría. «Aunque también puede que me esté volviendo alguien muy frío y calculador», pensó. La sola idea de ser esa clase de persona envío escalofríos a su cuerpo. No podía dejar que su batalla la convirtiera en un monstruo. Ella no era un monstruo.

Por su parte Alex sabía que algo en él estaba cambiando. Y no se debía únicamente a Bianca. Era algo más profundo. Algo que removió un pedazo de él que hasta ese momento no sabía siquiera que existía.

Era el deseo de aventuras.

Su vida siempre había sido más de lo mismo. Y aunque se sentía satisfecho, se daba cuenta que su mundo era minúsculo, tan ínfimo que el de una simple muchacha con una cicatriz en la cara le parecía enorme. Quería peleas, quería dragones, quería batallas y cosas misteriosas.

Quería cualquier cosa menos ser rey.

Pero no era una opción para él. Sabía que muchos dependían de que tomara el trono en apenas unas cuantas semanas y que de no casarse con Adelle Lancaster, la probabilidad de perder aliados y de iniciar una guerra era peligrosamente cercana.

Miró a su alrededor y envidió a cada persona que se le cruzaba. Envidiaba al panadero que horneaba cosas deliciosas, envidiaba al borracho que bebía todas las noches en la cantina de atrás, envidiaba a Bianca y su estúpido hermano pájaro, con todas sus aventuras. Envidiaba la posibilidad de elegir.

Pero poco y nada sabía que la caballera al igual que él, estaba atada al inevitable hilo del destino, que tiraba siempre sin avisar ni esperar por nadie.

Continuaron caminando por las calles de Millis, cada uno con su mente turbada con diferentes preocupaciones, cuando sin percatarse chocaron contra un hombre.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora