De su nombre llevado por el viento

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Caminaron por el bosque en calma, disfrutando de la sensación de sus manos unidas, jugando con sus dedos, robándose pequeños besos de vez en cuando.

Caminaron sin certezas sobre el futuro, sin deseos de salir de aquel mágico bosque.

Bianca se dejó llevar por aquella sensación de paz pasajera y fue realmente feliz por primera vez desde aquella noche nevada. El color blanco se convirtió en algo dulce en su memoria, reemplazando años de tristeza y amargura.

Alexander imaginó sus vidas cuando todo aquello terminase, recorriendo los reinos, rescatando príncipes o princesas, peleando con dragones, besándose a hurtadillas bajo los árboles, durmiendo bajo las estrellas. Era un futuro perfecto, lleno de aventuras.

Por unas cuantas horas fueron dos personas enamoradas, haciendo bromas, jugando peleas de brazos y batallando en guerras de fresas silvestres. Pero el tiempo pasó con demasiada celeridad, y pronto se encontraron cerca del castillo. Bianca sintió miedo. Alexander también.

Se soltaron de las manos nerviosos y expectantes, ninguno de los dos seguro de cómo proceder.

«¡Pueblo de Rampagne! Soy vuestro príncipe, Alexander Van Blast, y quiero renunciar la corona para fugarme con esta chica, que de paso es hija de Timo White y se hace pasar por caballero. Pero no os preocupéis, que Marius tiene la culpa de todo». Aquello sonaba terrible incluso en la mente del propio Alex. El chico tenía ganas de meter su mano en el cerebro y estrujarlo para sacar una buena idea de ese trozo de carne que tenía dentro de la cabeza.

«Mi nombre es Bianca White, me enamoré del imbécil que tenéis por príncipe y además soy una caballera. Pero mantened la calma, que todo tiene una buena explicación». Las ideas en la mente de Bianca eran aún peores. Ambos suspiraron frustrados, envueltos en sus propios pensamientos, ya no con la felicidad que sintieran hasta hacía poco sino con la desesperación de saber que ninguno de los dos era tan brillante como para pensar en un buen plan. Se mantuvieron al alero de los árboles, evitando cruzar los caminos y ser vistos. Sabían que si querían llegar al palacio y presentarse frente al rey lo mejor era tomar los desvíos en las lindes de Ciudad Real. Alex guió a la chica por los caminos secretos que llegaban hasta el castillo, conocidos únicamente por los miembros de la realeza, pero rara vez utilizados.

Las horas pasaban demasiado rápido para gusto de ambos y Bianca comenzó a morder sus uñas, nerviosa. Siempre pensó que cuando llegara el momento de entrar en el castillo de los Van Blast, ella caminaría con su armadura brillante bajo el sol, su frente en alto y su espada en la mano, sin miedo ni turbación. En cambio su armadura estaba sucia después de tantas huidas, su espada un poco hundida de formas sospechosas y se moría de ganas por meter la cabeza entre las piernas y ponerse a llorar. «Vaya si seré valiente», pensó, mordiendo demasiado fuerte sus dedos y dejando una pequeña herida sobre su anular. Miró el anillo en su mano y un poco más de pánico se apiló sobre su estómago como ladrillos calientes. No podía parar de pensar que había sido demasiado estúpida de todas las formas que alguien podía serlo. Se arrepentía de la promesa que hiciera con Marla, se arrepentía de esa estúpida idea de venganza, se arrepentía de haber creído que era la chica más valiente de todos los reinos y de haberse embarcado en esa estúpida cruzada.

Alexander a su vez no podía pensar en nada, pues su mente parecía haber huido al país del pánico, donde todo era negro y hasta las flores eran potenciales asesinos. Trató de calmarse con la idea de que Tristán y Max debían ya de encontrarse junto al rey. Todo lo que tenía que hacer era contar su versión de los hechos y tratar de que ni el ni Bianca murieran en el proceso. Inhaló con fuerza por la boca, tratando de sacar el terror de sus vísceras, fallando en el intento.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora