De un nosotros que no existe

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—Sigo pensando que esto solo nos hará viajar más lento —reiteró Bianca por enésima vez esa noche.

Habían decidido esperar una jornada más para recuperar fuerzas y se encontraban hablando frente a la chimenea, sentados de piernas cruzadas sobre cojines y cada uno con un enorme tazón de gachas calientes.

—Mira, es mejor opción que todas las otras. Además, los mercenarios creen que tú eres White. No se atreverán a seguirnos una vez que crucemos la frontera, pero aún nos quedan unas siete jornadas de viaje hasta el valle de Rohl. Cuando crucemos puedes volver a tu forma de bestia original —Bianca le lanzó una cucharada de gachas sobre la cara y aunque se sintió infantil por su actitud, la cara de Alexander enojado lo valía mil veces.

El príncipe se quitó la pasta grumosa asqueado y miró furibundo a su atacante, quien siguió comiendo de su tazón como si nada hubiese ocurrido.

—Infantil —dijo Alex, pero su hambre era más poderosa y siguió el ejemplo de la chica.

—Supongamos que accedo a esta estupidez. Aún necesitamos una historia convincente —apuntó la caballera dejando su ahora vacío tazón sobre el suelo. Cruzó sus manos sobre su regazo y esperó nerviosa a la respuesta del muchacho.

—Mira, yo seré un simple herrero que va viajando hasta Rohl con su dulce y dócil esposa —Bianca puso los ojos en blanco, preguntándose qué parte de todo ese plan era la menos convincente—, quienes van a visitar a la familia de ella en Rampagne para contarles que se casaron —dijo como si su idea fuera la mejor del universo.

Bianca no veía posible que el príncipe fuera capaz de pasar por un herrero convincente y la idea de fingir ser su esposa la repugnaba al borde de la bilis.

—Deja de poner caras Bianca. A todos les gusta una buena historia de amor y si quieres seguir durmiendo en una cama mullida y agradable todas las noches, más te vale poner de tu parte en esta farsa.

La muchacha se cruzó de brazos malhumorada. Pero sabía que la idea de Alexander tenía, en teoría, cierto sentido.

—Acepto —dijo con desgana.

—Te estoy diciendo que es una buena ide...espera ¿Qué dijiste? —preguntó el chico mirando a Bianca como si le hubiesen crecido tres ojos en la frente.

—Que acepto, que me haré pasar por una dulce doncella enamorada que jamás en su vida usaría una espada —dijo haciendo un gesto desesperado con los brazos sobre su cabeza.

Alex la miró divertido con su intempestiva respuesta y se levantó para rebuscar entre sus bolsillos. Cuando dio con lo que buscaba tomó la mano de Bianca entre las suyas, enviando una corriente eléctrica por el brazo de esta.

—Bueno, ahora nos declaró marido y bestia salvaje —dijo poniendo una banda en su dedo anular.

Bianca se preguntó quien era quien en esa oración.

Después del estupor inicial, trató de sacarse el anillo a la fuerza, pero parecía pegado a su dedo. Alexander rio y volvió a sentarse sobre los cojines, contemplando el fuego con satisfacción.

—¿De dónde sacaste un anillo? —preguntó Bianca, aun tratando de quitarlo de su dedo, sin ningún resultado.

—Me lo dieron para mi prometida —respondió Alexander encogiéndose de hombros.

—¡Qué demonios! ¡Quítalo de mi dedo ahora mismo! —exclamó furiosa, estirando su mano frente a la cara de Alexander.

—¿Y qué quieres que haga? —dijo el príncipe divertido.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora