Capítulo XXII.

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A pesar de que el recibimiento había sido increíble, Louis aún tenía problemas para adaptarse a la rutina de su nueva vida en aquella enorme mansión. Durante las primeras mañanas, el omega insistió en levantarse para hacerle un fallido intento de desayuno al alfa que terminó por espantar a la señora Jones, quien con una amable sonrisa le ofreció a Louis enseñarle algunas cosas en la cocina. Así que todas las mañanas Louis se levantaba a observar y hablar con la señora Jones hasta que el alfa despertara y apareciera por la cocina con el cabello revuelto y enfundado en una elegante bata que cambiaba de color según el día que se tratara. No importaba el día, Harry lograba quitarle el aliento al omega y le hacía ponerse nervioso, sobre todo cuando el alfa le ponía aquella dulce mirada verde encima de él, directo a sus ojos.

Aún así, estar con Harry era su parte favorita del día. Lamentablemente, apenas el día después de su llegada el alfa había tenido que pasar largas horas al día en reuniones, después de todo, tanto el Enigma como la búsqueda de Kyle necesitaban una voz de mando y un ojo para supervisar, por lo que Louis alcanzaba apenas a disfrutar de Harry en el desayuno y a la hora del té. 

Desde entonces, ambos comenzaron a tomar una rutina. Al despertar, ambos disfrutaban tranquilamente de un té con tostadas y galletas inglesas que a Louis le encantaban, compartiendo miradas y risas fugaces de pequeñas historias que surgían entre ambos cuando hablaban de cualquier trivialidad; algún sueño extraño de Harry, preguntas tontas y recuerdos de la infancia de ambos. Terminado el desayuno, las cosas se ponían un poco amargas para Louis quien día a día se las arreglaba para mantenerse ocupado en una mansión que no necesitaba nada. Había días donde se la pasaba junto a la señora Jones, observándola cocinar mientras ella contaba anécdotas de su jefe y de su extraña manía de comer casi todas las comidas en platos separados porque detestaba que toda la comida se juntara en un solo plato. Generalmente durante las tardes, Louis se cambiaba de ropa y se ponía una camiseta blanca llena de manchones de aceite y grasa junto a unos pantalones de buzo, acompañantes perfectos para que Louis pudiera meter las manos tranquilo a las piezas llenas de químicos olorosos y pegajosos.

Y en eso mismo se encontraba en ese momento, casi cumplidos los dos meses, a Louis le quedaba el último control donde le entregaban su alta y como cualquier día, se encontraba con la cabeza metida dentro del motor del lujoso Mercedes descapotable que Harry guardaba en su cochera como un auto de colección, más que un auto usable.

Louis se quitó las gotas de sudor que le caían por la frente con el antebrazo producto del calor del vehículo y de la misma forma, recogió las que tenía cerca de la nuca y su cabello, el cual tras un mes de crecimiento y un par de tijeretazos de un estilista que Harry había insistido en traer para que por fin, el omega se dignara a dejar de usar el beanie por un momento. Por suerte, la cicatriz se había cerrado y su pelo había vuelto a crecer y a pesar de que tenía el cabello más corto de lo que le hubiese gustado, por fin se sentía un poco más decente en comparación a Harry, quien ni siquiera se esforzaba en arreglarse para verse como una versión en carne viva de algún príncipe de cuentos.

Mientras le cambiaba el aceite a su actual proyecto – El segundo de los cuatro autos que Harry mantenía acumulando polvo en la cochera, a pesar de ser autos de alta calidad. – logró escuchar la voz del alfa, mucho más temprano de lo usual.

— ¿Louis? — Lo escuchó. — ¿Louis?

— ¡Aquí! — Gritó el ojiazul, mientras observaba con orgullo la limpieza de aquel motor. Una auténtica preciosidad tanto dentro como por fuera, aún así, Louis no entendía porqué Harry no le hacía manutención a sus autos más regularmente. Como mecánico, le irritaba.

Adicto. | l.s (omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora