Esa mañana me levante una hora antes que sonara el despertador, me maquillaje poco, no quería ir demasiado producida, ate mi cabello en una media coleta y me obligue a desayunar. Los nervios me lo estaban haciendo difícil.
Baje tranquilamente, repasando mentalmente mis horarios y todo lo que debía decir al anunciarme. Necesitaba llegar con, al menos, una hora de anticipación ya que debía decepcionarme y que habilitaran mi tarjeta de empleada y todo ese tramiterio. Grecco Building era un edificio de máxima seguridad y no era fácil ingresa si no tenías una cita precia o eras un empleado autorizado.
Mi sonrisa fue gigantesca al descubrir que junto al edificio había una cafetería, y como el caminar me había dado hambre y aún tenía tiempo de sobra, decidí entrar para pedir un café y comer algo mientras hacía tiempo. El lugar estaba muy concurrido, pero no me sorprendió era New York, un lunes a las siete de la mañana. Todo muy diferente a la vida en Los Ángeles.
Pedí mi café, una galleta de avena y decidí buscar un lugar donde sentarme, camine entre las mesas hasta divisar una vacía y comencé a caminar hacia ella cuando un tipo sentado en una de las mesas se pone de pie bruscamente haciendo que parte de mi café caiga sobre mi chaqueta nueva.
— ¡Mierda!— exclame entre el dolor del café caliente escurriendo por mi mano.
— Lo siento ¿Estas bien?
El hombre que me había chocado se disculpó, pero yo no podía verlo, mis ojos estaban clavados en la mancha de mi chaqueta.
— ¿Cómo crees que puedo estar?— pregunte irritada con la voz nublada por la rabia y las ganas de llorar— Eres un...— me obligue a callarme— ¡Dios mío! Esto no puede ser peor— el hombre extendió su mano con unas servilletas y se las quite de muy mala gana.
— Puedo comprarte una nueva...
Su comentario me había irritado demasiado, por lo que decidí mirarlo por primera vez, ese ser arrogante que había arruinado mi primer día de empleo era un maldito adonis. Mi boca quedo abierta, era consciente de lo ridículo de mi gesto pero ¡Dios! Era imposible cambiarlo. Tenía el cabello negro, corto y lo llevaba prolijamente peinado. Su rostro era, casi, perfecto tenía un mentón marcado, que resaltaba aún más sus líneas afiladas por una barba prolijamente recortada. Sus labios no eran demasiado grandes pero si muy bellos y llamativos y debo hacer una mención especial a esa nariz recta que cuadraba perfectamente en su rostro tan masculino. Sus ojos oscuros parecían dos enormes pozos sin fondo que te pedían a gritos que te lances en ellos.
Cuando sonrió, con esa perfecta dentadura blanca, me obligue a volver a la realidad. Estaba quedando como estúpida embobada por su belleza. Algo que, por su arrogancia, supuse estaría acostumbrado.
— ¿Acaso crees que todo se soluciona con dinero?— pregunte molesta observando el traje de tres piezas, evidentemente caro, que traía puesto, era obvio que este tipo tenía con que comprarme una chaqueta, dos o veinte si quisiera.
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Mia
Ficción GeneralEl único error de Mia fue enamorarse del misterioso multimillonario Bruno Grecco.