20- Meses A Tu Lado

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Pedri

Dicen que no sabes si estás enamorado de una persona hasta que no llevas más de 4 meses con ella. Todo lo que sientes antes de este tiempo es dependencia emocional. Bien, yo llevaba más de medio año con Keira y no podía ser más feliz. Me tenía loco, seguía provocando aquel torbellino de emociones en mí cada vez que me miraba o sonreía. Y sus caricias, sus caricias me hacían sentir que estaba en el cielo.

Los primeros meses fueron los más difíciles e incluso llegamos a distanciarnos un poco. Sin embargo, ambos sabíamos que nos queríamos y que no podíamos rendirnos tan fácilmente. Eric tuvo un papel fundamental en eso, la verdad.

Septiembre fue un mes bastante duro, había muchos partidos en pocos días y estábamos constantemente viajando, por lo que no tenía tiempo para pasarme por casa de Keira. Ella también estaba muy ocupada, la universidad y el conservatorio iban a acabar con ella (y con sus pies) y aún así se pasaba por casa, pero había días en los que estaba demasiado cansado y lo único que deseaba era dormir. A veces, incluso me comportaba de manera distante con ella. Y luego todo empeoró, ella dejó de venir y sólo nos dábamos los buenos días y las buenas noches por teléfono. Entonces fue cuando Eric intervino. Primero habló con su hermana que estaba molesta por mi actitud hacia ella y luego conmigo. Nos hizo ver que nos estábamos perdiendo y que ambos nos necesitábamos cerca, que valía la pena luchar por lo que teníamos.

El día del casting de Keira pedí que me lo dieran de descanso. Sabía que era un día importante para ella y que me necesitaría a su lado. Le acompañé al auditorio. Ella temblaba como un flan y apretaba mi mano con fuerza. Yo me limité a tratar de tranquilizarla diciendo que todo iría bien y que le darían el trabajo. No creo que sirviera de mucho, pero al menos le mostraba mi apoyo incondicional. Cuando la llamaron me dio un beso rápido y yo levanté los pulgares para desearle suerte.

No la cogieron y fue un duro golpe para todos. Para ella especialmente. Volvió a encerrarse en sí misma y estuvo varios días saltándose las clases y quedándose en casa, atrapada entre aquellas cuatro paredes. Eric y yo estábamos fuera del país preparando un partido de Champions e intentábamos estar constantemente en contacto con ella ya fuera por videollamada o por mensaje. Lo que menos queríamos era que se sintiera sola.

Al volver a casa lo primero que hice fue ir a verla. Me estaba esperando en la puerta, sus labios estaban un poco curvados, formando una ligera sonrisa. Sus ojos no me engañaban, los tenía hinchados, rojos, llenos de ojeras. Probablemente se hubiera pasado los días llorando y las noches sin dormir. Pensando. Buscando errores y culpándose de lo ocurrido.

Y aún así estaba preciosa.

La abracé. La abracé con todas mis fuerzas. Lo hice porque lo necesitaba. Ambos. Pasamos a la casa y estuvimos un rato hablando en el jardín, con la luna como único testigo de aquellas conversaciones. De nuestros besos. Conseguí que se desahogara, me contó que no entendía en qué había fallado y que estaba frustrada porque la cantidad de horas y de trabajo que había invertido en preparar aquella prueba no habían servido para nada. Yo le hice ver que no era culpa suya y que ya habría otras oportunidades. Que en la vida, cómo en el fútbol, había que saber ganar y perder, pero que no teníamos que venirnos abajo. Una derrota no era el fin de nada.

Fue un cumpleaños diferente, no tuve a mi familia conmigo en Barcelona, pero Keira organizó una fiesta sorpresa a la que mis padres y hermano asistieron de manera virtual, pues los estuvimos viendo a través de la webcam del ordenador. Cené con mis amigos y con Keira y por supuesto no faltó la tarta. Ya sé que los deseos no deben decirse porque sino no se cumplen. El mío era sencillo. Quería conservar a aquellas personitas que cantaban y aplaudían como monos para siempre, porque ellos sacaban lo mejor de mí y porque no concebía una vida sin ellos a mi lado.

La chica de las Converse |Pedri González|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora