23- El Mejor De Tus Errores

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Pedri

Las luces me cegaron por completo sin tiempo físico a reaccionar. Sentí la caída y el impacto de mi cuerpo contra el suelo al tocar el asfalto. De lejos solo escuché el chirriar de las gomas de los neumáticos al pisar el freno. El casco seguía en mi cabeza, el miedo recorría todo mi cuerpo, no debía moverme, lo sabía, me esforcé en poner todos mis sentidos y notar las piernas. Seguían ahí, podía sentirlas, respiré aliviado y cerré los ojos.

Lo siguiente que recordé fue la voz de una mujer a mi lado, que me sujetaba la mano y me decía que todo estaba bien, que fuese fuerte, que era demasiado joven. La sirena retumbaba en mi cabeza, en cuanto escuché a aquella mujer llamarla por su nombre, pronunciarlo con todas sus letras, Keira;me sentí seguro, protegido, acompañado y mi consciencia volvió por completo.

En mi cabeza intentaba recomponer aquella mañana, recordaba todo, pero no sabía cómo había pasado. Estaba inmovilizado y la voz no me salía. Me dolía todo el cuerpo, no sabía qué había más allá del techo de aquella ambulancia, sólo podía sentir el dolor y las ganas de llorar que me ardían por dentro.

Cuando sentí su mano agarrando la mía, pidiéndome perdón, sin saber por qué; diciéndome te quiero, mi cuerpo dejó de doler, ya no me importaba nada, ni mi moto, ni lo que me había llevado hasta esa cama aquella mañana, todo daba igual. Ella estaba allí a mi lado.

La noté moverse en aquella butaca, sin soltar su mano en ningún momento me recosté. Aproveché y me quedé un rato mirándola, en silencio, pensando en la suerte que había tenido de encontrarme con ella en aquel parque. La quería muchísimo, todavía me asustaba ese sentimiento, irracional, desbocado, puro, sincero... Infinito.

Sabía que estaba medio despierta, había aprendido a leer sus movimientos, sabía que aguantaba allí por mí, incómoda, sin soltarme la mano, sin dejarme caer.

- Keira... -dije con el hilo de voz que quedaba en mi cuerpo abriéndose paso en mi gargarta seca.

Ella se incorporó de inmediato y se acercó a mí. En cuanto nuestros ojos se encontraron de nuevo solo hubo lágrimas, ahogadas de felicidad y te quieros susurrados con los labios sin cesar. Me acarició la cara como si de porcelana se tratase. Tenía rasguños en la nariz y en el mentón, y el color de los hematomas comenzaba a aparecer. Me dolía todo el cuerpo.

- Perdóname, no sé muy bien qué pasó, te juro que yo miré, que iba por mi carril, estaba a punto de llegar a la universidad, es que... Estaba al lado ya, y no lo vi, no vi nada más que las luces demasiado cerca y luego, nada.

Necesitaba verbalizar aquello, ella mantuvo nuestras manos agarradas y me dejó hablar, si pudiese no la volvería a soltar nunca. Sin embargo, sabía que tenía que dejarla marchar y que debería afrontar aquella recuperación como un reto personal.

- Pedri... No me tienes que pedir perdón por nada, lo único que me importa ahora es que estás aquí y que te pondrás bien y que el desgraciado que te ha hecho esto, pagará de una forma u otra, ya está. Y...yo no me pienso mover de esta butaca infernal hasta que salga contigo por esa puerta de la mano. -me contestó, con esa sonrisa suya que tanto me gustaba.

Le devolví la sonrisa con los ojos llorosos y suspiré aliviado. Me dolía cada músculo de la cara y del cuerpo, pero al encontrarme con sus ojos solo había sosiego.

- Bésame, tonta.

- No quiero hacerte daño...

Con la poca fuerza que tenía intenté acercarla del brazo y ella hizo el resto. Aquel beso, salado por las lágrimas que aún seguíamos derramando, fue la medicina que ambos necesitábamos para curar nuestro dolor.

La chica de las Converse |Pedri González|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora