8- Indios Y Vaqueros

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Keira

Me puse súper nerviosa cuando bajé y lo vi. Me acerqué a él despacio sin dejar de mirarle y con una sonrisa en la cara.

Sólo quédate esta noche
Volveremos a brillar
Con la esencia de tu roce
Como estrellas en el mar
Sólo quédate esta noche

- Hola.

- Hola.

- Pensé que no bajarías.

- Alguien me ha dado un consejo esta noche, solamente lo estoy poniendo en práctica. -me puse un mechón rebelde detrás de la oreja.- ¿No deberías estar descansando?

- Estoy solo en casa y pasar la noche contigo perdidos en la ciudad suena mucho mejor que un largo sueño reparador.

- ¿No estás enfadado?

- ¿Por qué iba a estarlo? Eres libre de hacer lo que quieras. Y ahora has decidido salir conmigo. Así que no me quejo.

Me ofreció un casco y yo me lo coloqué torpemente mientras miraba la moto.

Juguemos como niños a indios y vaqueros
Toquémonos el alma con la punta de los dedos
Bebámonos la vida en vasos de whisky sin hielo

- ¿Estás seguro de que sabes conducir eso? -dije con miedo.

- Claro que sí, si tienes miedo te agarras a mí. Te prometo que no vas a caerte. Y yo siempre cumplo mis promesas. -se montó en aquel cacharro del demonio.- ¿Vamos ?

Me quedé pensativa, pero me armé de valor y me subí detrás de él. No sabía de donde agarrarme, si lo hacía a él, seguramente le apretara demasiado. Puse mis manos a ambos lados de su cintura. Me tensé cuando le sentí colocar mis brazos alrededor de su cuerpo y posar mis manos en su abdomen bien formado. Una fina tela de algodón entre su piel y mi piel, su olor embriagándome, mis sentidos alterados. Todo esto se desvaneció cuando lo sentí arrancar y ponerse en marcha. Me apreté contra él con fuerza y cerré los ojos.

Pasó un rato hasta que conseguí relajarme y suavicé el agarre. Notaba el aire fresco golpeando mi cara y revolviendo mi pelo y el del canario que conducía concentrado en la carretera. Me dediqué a disfrutar de la cantidad de sensaciones bonitas que estaba experimentando.

- ¿A dónde vamos? -le susurré cerca del oído.

- Ahora lo verás.

Condució otros cinco minutos en silencio hasta que llegamos al observatorio Fabra, en lo alto del monte Tibidabo.

- ¿Vas a darme una charla sobre astronomía? Yo de verdad pensaba que lo tuyo era el fútbol.

- No seas impaciente. -se colocó detrás de mí y tapó mis ojos.-Confía en mí. -susurró en mi oreja y todo mi ser tembló.

Dejemos que la lluvia nos pille bailando en cueros
Sintamos cómo el sol nos impide tocar el cielo
Contemos nuestros pasos antes de volvernos cuerdos

Nos movimos juntos por lo que supuse que fueron pasillos estrechos. Pedri no paraba de hacerme creer que me iba a caer y yo siempre caía en sus estúpidas bromas. Luego subimos unas treinta escaleras creí contar. No se oía ni una mosca cuando salimos al exterior. Él se separó de mí y yo abrí los ojos lentamente. Frente a mí se extendía un terraza adornada con pequeños árboles y arbustos con flores e iluminada únicamente por luces de vela. En el centro de esta había una mesa para dos. Lo que más me sorprendió fueron las maravillosas vistas de la ciudad y el maravilloso cielo estrellado que la coronaba. Me acerqué a la barandilla y lo sentí hablar con su marcado acento canario.

La chica de las Converse |Pedri González|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora