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Caminaba por las calles de Nueva York. El saco le llegaba hasta las rodillas, sus hebras azabaches estaban desordenadas y el viento rozaba su rostro apacible.

Muchos decían que la ciudad era muy ruidosa y concurrida, parecían ignorar completamente el hecho de que en los rincones más solitarios de una gran ciudad no necesariamente había gente inescrupulosa. A veces había gente que escapaba de las luces enceguecedoras y el ritmo imparable que existía, pero sobre todo de lo sofocante que su vida les estaba resultando.

Era rutina caminar hacia el bar cada viernes por la noche, siempre había micrófono abierto. Quién deseara cantar podía hacerlo, quién deseara tocar el piano podía hacerlo. Era un momento mágico, simplemente no sabía describir la tranquilidad que le proporcionaba ser espectador de muchas estrellas escondidas u opacadas.

Abrió la puerta del local y la campanilla sonó. Empezó a dirigirse a la mesa que siempre escogía.

—¿Pedirás lo de siempre?

—SÍ, por favor... —sonrió levemente y se sentó. De su bolsa sacó una libreta y un carboncillo.

Su mente estaba llena de diversas cosas, por un lado, los deberes de la universidad de Bellas Artes. Poseía un talento innegable en el dibujo y pintura, cada línea trazada por él siempre tenía la misma delicadeza que un pétalo de rosa. Mas, estaba es crisis porque su imaginación se estaba secando poco a poco. El trabajo era una mera distracción, sus clases eran divertidas, sin embargo, cuando el momento de desenvolverse con su arte llegaba, se sentía perdido. Esto lo hacía dudar de si había escogido el camino correcto y hacía a su corazón doler.

Susurra un "gracias" cuando le traen su vino para luego tomar un sorbo. No separa la vista de esa hoja en blanco, tan vacía como él. Sabía que algo faltaba en su vida. Su madre le había recomendado salir con alguien de forma amistosa o romántica, pero él simplemente no encontraba a nadie indicado y pasaba todo el día encerrado en su mente sin poder sacar algo útil de ella. Por eso, un día tan solo vagando por las calles, tratando de encontrar algo que le sirviera de musa de inspiración, encontró aquel bar: tranquilo, oscuro y acogedor. Y aunque no pudiera plasmar nada en las hojas tampoco, al menos se entretenía.

—¿Será que hoy te animas a cantar, Picasso? —Esa voz era del dueño del lugar, se llamaba Namjoon. Se llevaban bien e intercambiaban palabras cada vez más seguido.

—Sabes que no, no tengo una buena voz.

—Oh vamos, tienes talento para eso, la semana pasada te escuché cantando en voz baja otra vez...

—No significa que lo haga bien.

—Está bien. —suspiró rendido, no sabía cómo hacerle considerar siquiera la idea. Jungkook no perdería nada intentando. —Si deseas algo especial, dilo. Puedo hacer algo por un cliente regular.

—Gracias, Namjoon.

—No hay de qué —volvió caminando hasta detrás de la barra, se sentó de nuevo y con ayuda de sus lentes continuó el libro que había estado leyendo hasta antes de ir a saludar a su conocido.

De nuevo, Jungkook estaba solo en el rincón de ese tranquilo bar. El micrófono ya estaba disponible y nadie se animaba a siquiera caminar al escenario.

Mientras eso, la campanilla sonó indicando un nuevo cliente, y a su vez se escuchó una voz grave y bella.

—Buenas noches —saludó a los presentes. —Un amigo me indicó que aquí hay un micrófono disponible, así que quise venir a probar la experiencia.

—Oh, por supuesto, pase y bienvenido a Light's Bar —Namjoon se apresuró a ir para estrechar la mano, además fue a conectar el micrófono y ajustar la intensidad de las luces. Todo eso mientras el elegante individuo observaba a detalle. Se le hizo maravilloso el diseño del local, con un toque antiguo y a la vez moderno. Su amigo le conocía tan bien que le había recomendado el lugar perfecto.

—Todo listo. ¿Qué canción? para poner una pista musical desde el ordenador.

—Yo la busco, gracias.

En su sitio, Jungkook no dejaba de verlo a él. Sentía que era tan masculino y delicado a la vez. Tan etéreo como las salpicaduras de un pincel sobre el papel que podían transformarse en algo más si así lo quisiese. Etéreo porque sin conocerlo bien le encantaba y confundía. ¿Quién rayos era él, y porque su sola presencia le había provocado un escalofrío que había calado sus huesos de forma emocionante?

Vio como sus grandes y finas manos rodearon el micrófono, sonreía seductor tan naturalmente. La pista musical empezó a sonar por todo el lugar, y su voz tan gruesa pero bella empezó a entonar una canción de aquellas que sus papás quizá habían bailado en un club por la noche.

Strumming my pain with his fingers, empezó. Línea por línea, suave y exquisito de escuchar. El azabache tenía la boca abierta en asombro, incapaz de quitar su vista de aquel hombre al frente y al centro de ese pequeño escenario, que, con cada línea, parecía hacerse más y más grande. Se maravilló después de muchísimo tiempo, se inspiró después de muchísimo tiempo, y sintió una ola de emociones totalmente desconocidas después de muchísimo tiempo.

Era como si ese hombre lo conociese y hubiera ido solo para cantar esa canción. Sentía que su vida estaba siendo contada en cada frase, y por mucho que quisiese apartar la mirada para dejar de deshacerse en su sitio, no podía y no quería hacerlo.

En un momento sus ojos se encontraron, no apartaron la vista del otro por unos cuantos segundos, unos cuantos que parecieron eternos. Quiso conocerle, quiso ir ahí y volver a mirarlo a los ojos, a esos orbes que lo habían cautivado por la suavidad de su mirada. ¿Él se vería ridículo acaso desde ahí? debía verse así con su rostro todo tonto.

Terminando la canción las demás personas le aplaudieron, había sido maravilloso.

No perdió el tiempo y lo siguió con la mirada, delineó sus facciones, las escaneó y memorizó. Los lunares, las pestañas, como sus labios se movían cuando hablaba, como su cabello caía suave por su frente. Reafirmó su agarre en el carboncillo y empezó a dibujar. Concentrado, trazaba línea tras línea, ponía sombra, aumentaba detalles... No se detuvo hasta terminar, no había parado. Sonrió mirando el dibujo, estaba ahí, expresado en esa hoja, la masculinidad de esa mirada. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció cuando, alzando los ojos, no encontró al hombre que estaba dibujado en la libreta. Cerró el objeto y lo colocó en su bolso. Fue hasta la barra a preguntarle a Namjoon cómo es que el individuo que buscaba había desaparecido en un parpadeo.

—Jungkook, han pasado unos cuarenta minutos, él cantó, tomó algo y se fue.

—Oh —exclamó, comprendiendo al fin que no todo había sido en un parpadeo como lo había percibido. —Gracias, nos vemos la próxima semana.

—Claro, hasta pronto.

Salió del local con paso pesado, la voz seguía resonando en su cabeza y esos ojos seguían transmitiendo calor y misterio. Volvió a caminar solitario por las calles de Nueva York, pero ahora con la vaga esperanza de encontrarse de nuevo con esa persona. Quería que esa persona cantara su vida entera otra vez y que sus ojos vieran directamente a los suyos.


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Quiero saber que sintieron mientras leían este capítulo, el primero y con el que inicio esta travesía. Los sentimientos son importantes para saber identificar que tan fuerte o débil impactó un escrito, para saber si los sentimientos que se buscaban provocar han resultado exitosos. 

¿Qué sintieron mientras leían? tengo interés en saber que opinan los cuatro gatos que lean esto. (ríanse, quiero amigos)

Si más tarde llega notificación de actualización de este capítulo, probablemente sea yo releyendo y corrigiendo errores, así que perdón por llenar su bandeja de notificaciones. 

Nos vemos en la próxima actualización. Un beso y un girasol. <3

With his Art | taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora