Capítulo 11: Zeon

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—¿Qué hace este niño parado aquí en medio de la nada y sin ropa de abrigo? —pregunta Juan.

—Eres el príncipe Zeon, ¿verdad? —le dice Lucky al mamodo, sin responder a Juan.

—No esperaba verte por aquí, Lucky Star. He tenido que dar un rodeo para venir a saludarte.

—¿Me conoces? —pregunta extrañada.

—He sido entrenado para ser rey y todo rey debe conocer a sus súbditos. Os conozco a todos.

—¿A todos?

Lucky mira a Zeon con desconfianza, como si no creyera una palabra de lo que le habla. El niño pone los ojos en blanco y suspira con hastío mientras dice:

—Lucky Star, mamodo número cincuenta y dos. Poder: alterar las probabilidades. Hija de Naimi, competidora en la anterior lucha, y Buenso. Hermana pequeña de Wonrei, número siete... —Zeon hace una pausa para añadir con una sonrisa llena de maldad— y chica de Brago.

—Te equivocas, no soy la chica de Brago. Hace mucho que no estamos juntos.

—Y sin embargo, lo eres. Claro que lo eres. Lo has sido y siempre lo serás. Al menos para él —le refuta sin apartar la vista de los ojos de la mamodo.

—¿Por qué dices eso? Me dejó bien claro que no quería estar conmigo —interpela enfadada.

—Bueno, una cosa es lo que diga y otra lo que sienta.

Lucky nota un pinchazo en el corazón.

—¡Si sintiera algo por mí, no me habría tratado como lo hizo! —le replica Lucky con rabia.

—Tienes que perdonarnos. Hemos vivido aislados y solo nos hemos dedicado a entrenar para el combate. Nunca hemos tenido amigos. Ni siquiera lo somos entre nosotros.

—¿Cómo puedes estar seguro, entonces, de que Brago aún me considera su chica si ni siquiera eres su amigo? ¿Cómo puedes saber cómo se siente? —le pregunta alterada.

—¿Es que has olvidado que vivíamos juntos? Recuerdo cuando lo mandaron a la escuela. Cómo cambió cuando empezasteis a salir. Estaba feliz, se volvió débil. Y entonces vino la bronca. Los gritos se oían por todo el palacio. Su madre estaba furiosa. «Vas a perder la oportunidad de ser rey por una mediocre», le reprochó. «¡No es una mediocre! ¡Y yo voy a ser rey, no te preocupes!», vociferó el otro. —El niño recita teatralmente—. Luego ella dijo lindezas sobre ti que, por respeto, no voy a repetirte, y él te protegió, por supuesto, y le dijo que te quería y esas tonterías —continúa bajando un poco la voz—. Hasta que ella le recordó todos los sacrificios que había hecho Brago para llegar a donde estaba y que iba a tirarlos por la borda por un capricho. Le dijo que mientras él perdía el tiempo, yo me hacía cada vez más fuerte, lo que era cierto. Al final, y muy a pesar mío, Brago entró en razón, dejó la escuela y se convirtió en el monstruo que es hoy. Su agresividad en los entrenamientos estaba descontrolada. Luchaba contra sí mismo, de eso no tengo ninguna duda, por haber sido tan cobarde de no defender lo que le hacía feliz, aunque lo debilitara. De no haber sido por esa ira, estoy seguro de que yo habría quedado el primero.

La chica lo mira con asombro.

—Lucky, no tiene compañero. ¿Por que no lo atacamos y quemamos su libro? —le incita Juan.

—Juan, es el príncipe Zeon. Nos ganaría con los ojos cerrados a pesar de no ir con su compañero —le asegura Lucky.

—Chica lista. Ahora entiendo que Brago te eligiera. Dime, ¿cómo vas en el combate? ¿Cuántos conjuros puedes usar?

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