Capítulo 12: Sabor salado.

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Marzo de 2001. Las afueras de Chamonix, los Alpes franceses.

La primavera empieza a asomar en la pequeña comarca francesa. Las temperaturas van subiendo conforme pasan los días y las flores están empezando a abrirse.

En la cima de una colina, junto a una vivienda solitaria, un mamodo está luchando contra dos contrincantes a la vez, pero la diferencia de poder es tal, que los barre con una sola mano.

—¡Reis! —grita su compañera.

Una bola negra de energía aparece y hace retroceder a los mamodos. Un segundo conjuro hacia sus compañeros humanos hace que los libros ardan y se carbonicen en cuestión de segundos. Los humanos, al ver lo que les ha pasado, salen corriendo para alejarse de ese monstruo que los mira lleno de rabia y les sonríe mostrando sus dientes afilados.

La compañera del vencedor cierra su libro.

—Espera, Sherry, hay otro escondido —le dice el mamodo muy serio.

—No esperaba menos de ti —se oye una voz oculta en un arce.

Una mamodo baja de un salto de una de las ramas y se aproxima seguida de su compañero, que se escondía detrás del árbol.

—¿Qué haces aquí, Lucky? —le gruñe el mamodo mostrando su enfado. Intenta disimularlo, pero no puede evitar que se le acelere el corazón.

—He venido a verte, Brago. ¿No te alegras? —le responde mientras le sonríe. Él no dice una sola palabra.

—¿A qué esperas? —le ordena su compañera—. Levanta la mano y acabemos con ella de un golpe.

—¡Cállate, Sherry! —le grita Brago.

—Es una mamodo y va con su compañero. ¡Ataquémosles antes de que lo hagan ellos! —insiste la chica.

—¡Qué pesada! —se queja Lucky—. Juan, dale mi libro a la niñata esa y que se calle de una vez.

—¡¿A quién llamas niñata?! —se enfada Sherry.

—¡Ni hablar! —replica Juan—. No voy a darle tu libro a una cualquiera.

—¡¿Cómo que una cualquiera?! —grita la chica.

—¡Que le des el libro, Juan! —le ordena la mamodo muy seria.

A regañadientes, Juan le acerca el libro a la chica.

—Ni se te ocurra cogerlo, Sherry —la amenaza Brago—. Vete dentro y llévate a ese contigo. Dejadnos solos.

Brago mira colérico a su compañera. Su mandíbula está tensa. Al verlo, Sherry empieza a temblar y decide obedecerle.

—Venga, señor...

—Llámame Juan, y háblame de tú.

—Muy bien. Juan, acompáñame a casa.

Guía a Juan hasta lo que ella dice que es su casa. La casa es una mansión impresionante de tres plantas. Suben las escaleras de mármol de la entrada y un mayordomo los acompaña hasta una sala. Es muy espaciosa. Tiene unos ventanales adornados con cortinas de terciopelo azul turquesa que dan al jardín donde conversan los mamodos. Al lado de uno de los ventanales hay un conjunto de sofás y sillones forrados del mismo terciopelo de los cortinajes. Juan se queda impresionado por la estancia. Hay estanterías con libros, y las paredes están llenas de cuadros. Al cabo de poco tiempo, aparece una doncella que les trae café. Sherry se sienta en un sofá frente al servicio, que está dispuesto en una impecable mesita de marquetería. Le prepara una taza a Juan y se la acerca a la ventana desde la que mira a los mamodos.

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