21. Fireworks

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Pasó durante el festival de verano del mes pasado. Los de la pandilla querían que yo fuera para que me distrajese con los puestos y los fuegos artificiales; yo solo anhelaba encontrarme contigo, poder saludarte y que me respondieras.

¿Al tenerme de frente habría algo en tu interior que se te hiciera reaccionar reconociéndome?

Estaba muy nervioso mientras me ponía el yukata, ese naranja y amarillo que me compré junto contigo el año pasado y que nunca me puse hasta ese momento.

Yo había elegido el de los dos en la tienda que fuimos una semana antes del festival de hace un año, tras que unos días antes tú me contaras que no tenías ninguno y que tu madre, como con toda tu ropa, lo elegiría para ti.

Si hay algo que me gusta más en este mundo además de todo lo relacionado con el skateboarding y dibujar es la moda, y así que te propuse que me dejaras elegírtelo.

Dudaste mucho y comprendí. No es que dudaras de mis gustos, sino que quizá tu madre estaba entusiasmada con la idea de comprarte el yukata. Iba a renunciar yo con cierto desánimo, cuando tú me sorprendiste al enunciar con voz firme:

—Le diré a mi madre que vamos a comprarnos dos yukatas a juego.

Aquella idea me encantó.

Así lo hicimos. Para tí te compré uno con el mismo patrón en la tela pero azul oscuro y plateado.

Lamentablemente, por mi estupidez, dejé de hablarte unos días más tarde y me quedé en casa la noche del festival, aunque toda mi familia sí fue. Yo me excusé con que me dolía muchísimo la tripa, cuando lo que me dolía era el corazón.

Tirado en la cama, escuchaba los fuegos artificiales, veía sus resplandores por la ventana, pero no me movía e ignoraba tus mensajes rogándome que me reuniera contigo y tu madre.

Solo al día siguiente vi la foto que me mandaste. Se te veía de cuerpo entero, con unas palmeras azules y rojas iluminando el cielo. Sin duda la foto te la había hecho tu madre y en tu rostro se veía miedo y esperanza de que yo reaccionara. La misma expresión que vi yo en mi espejo un año más tarde mientras me acababa de arreglar para salir.

Fui este mes pasado con nuestros amigos y no con mi familia porque ellos saben la verdad sobre nuestra relación porque la mostrábamos abiertamente. Con mi familia, con la mayoría, la escondíamos. Mi respiración se alteraba al imaginar que recordabas quién era yo y me besabas sin poder contenerte. Tan típico de ti. Mejor que no estuviesen mis padres cerca.

Llegados al festival, todos querían competir al tiro en las casetas, yo negué con la mano. No podía concertarme en acertar cuando mis ojos solo hacían que buscarte entre la gente.

Miya empezó a meterse conmigo, llamándome aburrido y aguafiestas, cuando me negaba a participar en cualquier actividad de las ofrecidas y tampoco tenía ganas de comer nada. Al final Joe se empeñó en que comiese calamar asado porque me estaba quedando en los huesos, según sentenció Shadow.

Fue Cherry quien me ayudó a encontrarte.

—Carla, busca a todos los que lleven un yukata igual que el de Reki pero con los colores azul oscuro y plateado y de esos selecciona quienes aparenten diecisiete años, tengan los ojos azules,,,

Cherry le dio todo los detalles de tu apariencia y mientras procesaba la información nos dijo que había puesto en un dron que sobrevolaba el festival una parte de inteligencia de Carla.

Tras unos minutos, Carla, localizó a alguien que podía ser tú.

Cuando su voz en el reloj de pulsera que llevaba Cherry nos avisó que podías estar al lado del puesto de máscaras, no dudé ni dos segundos en salir corriendo hacía allí.

Mi cabeza me decía: „no va a ser él, no lo va a ser", por eso mi corazón se detuvo cuando te vi de perfil, vestido con el yukata que yo elegí, tu rostro iluminado por la luz del puesto, eligiendo dos máscaras.

Mi primer impulso fue darme la vuelta y huir, pero Cherry y los demás me iban a matar por cobarde.

Así que respiré hondo y temblándome las piernas me acerqué a ti.

Me puse a tu lado, pero la voz no me salía.

Me quedé contemplando con arrobo, las finas hebras de tu cabello, el terciopelo de la piel de tu cara, tus pestañas claras, como tu voz seguía teniendo esa entonación tan sexy y tu olor a fresco tan reconocible a pesar de los mil aromas de los puestos del festival.

Noté que tu cuerpo tomaba cierta rigidez y antes de que yo pudiera preverlo, giraste tu cabeza para mirar en mi dirección.

Ver tus ojos de nuevo dirigidos a mí, con curiosidad, con cierta incertidumbre, hizo que una calidez nostálgica inundase mi alma.

Mis labios no pudieron detener cuando con añoranza te llamé:

—Langa.

Parpadeaste con genuina sorpresa mientras tu boca preguntaba con desconcierto:

—¿Nos conocemos?

Cómo dolió eso, pero te tenía a menos de un metro de mí y no iba a desaprovechar la oportunidad. Te iba a decir lo primero que se me pasara por la cabeza para estimular tu memoria, cuando en ese momento tu madre apareció detrás de ti y al verme todo su cuerpo se sobresaltó. Por suerte, tú no lo advertiste y tu madre tuvo tiempo a dedidir como actuar. Antes de que yo hiciese una de mis reacciones irracionales, como salir corriendo o hacer un hoyo y enterrarme dentro, ella te preguntó con una voz tensa:

—Langa, ¿le conoces?

La mirada de tu madre se clavó en la mía mientras lo decía. Yo notaba la esperanza también en ellos.

Tú te giraste hacia ella, sin apreciar lo que yo, como sus manos se retorcían nerviosas.

Negaste con la cabeza.

Un lamento salió de mi garganta, al tiempo que tu madre emitía un quejido gutural que no podía significar más que desaliento. Noté tu extrañeza y me volviste a observar aún con más atención.

Me veía a mi mismo reflejado en tus pupilas y por mi mente pasaban mil imágenes de todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos: la primera vez que te subiste a un monopatín, cuando ganaste tu primer beef, tu primer ollie, nuestro primer choque de puños, las risas cuando perdíamos el equilibrio pero conseguíamos no caernos, la batalla de almohadas en el hostal en Mikayohima, cuando hacíamos el signo del infinito, tu victoria contra Adam, nuestro primer beso, el Beef entre nosotros, cuando nos mostramos cuánto nos deseábamos aquella noche antes de tú volver a la zona. Deseaba poder arreglar el eje que se había soltado en tu interior, poder hacer que volviese a rodar como antes.

—Recuerda, recuerda —deseaba yo interiormente, pero tu rostro adquirió una expresión frustrada que yo ya te había visto mil veces cuando aprendiste a patinar y no conseguías mantenerte más de dos metros sobre el monopatín.

—Lo siento, no sé quién eres —te disculpaste con tanta educación que mi estómago sintió un vacío tan grande que noté que me mareaba.

—Langa, ¿podrías comprar una botella de agua para este chico? —te pidió tu madre—Creo que no se encuentra bien.

Tú aceptaste y con desesperación vi como te alejabas.

—Reki —me habló tu madre con la voz muy conmovida y antes de que ella me dijese algo solidario para comprender mi pena, yo la corté mientas luchaba porque no se me escapasen las lágrimas:

—Por favor, no le cuentes a Adam lo que acaba de pasar, por favor.

Y salí huyendo buscando escapar de la gente, de los puestos, de las luces. Me escabullí tras los arboles y corrí y corrí hasta llegar a una carretera. Allí me apoyé en la baranda y estallé en llanto. Mis alaridos fueron silenciados por el inicio de los fuegos artificiales.

Levanté la mirada distorsionada por las lágrimas y al ver una palmera roja y azul en el cielo nocturno, una sonrisa rota se pintó en mi rostro antes de dejarme caer de rodillas al suelo y dejar que la pena me engullera hasta que las fuerzas me abandonaron.

Cada día de septiembre  Sk8. Renga ( Completado ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora