25. Miyakojima

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La primera vez que dudé de mi heterosexualidad fue en Miyakojima y fuiste, claro, tu quien lo lograste.

Toda mi vida yo estaba seguro que me gustaban las chicas, porque de hecho me gustan. Siempre intentaba llamar la atención de la compañera de clase que me atraía, primero con mi charla y más tarde con mi habilidad con el skateboard. El resultado siempre fue lamentable.

Les contase un chiste o me esforzase con un ollie espectacular, la chica en concreto soltaba unas risitas tontas con sus amigas y se iban aprisa sin decirme nada.

Frustante.

A los dieciséis años, sin haber recibido nunca chocolates en San Valentín, ya me estaba haciendo la idea de que iba a morir virgen.

¿Qué es lo que me hacía tan poco atractivo ante ellas cuando había tipos en clase más feos, más sosos y más aburridos que habían recibido más de una vez una declaración de una chica del instituto?

El manager Oka, que siempre tiene líos de faldas porque tiene una habilidad única para engatusarlas, me consolaba repitiéndome:

—Ya llegará ese alguien para ti, seguro que cuando menos te lo esperes.

Y ese alguien fue un príncipe canadiense por el que todas las chicas de clase suspiraban y que me brindó el regalo más hermoso de todos: su amistad.

Aunque mi suerte con las chicas siguió siendo nula porque las que se acercaban a ti para coquetear contigo evitaban a tu amigo, es decir, a mí.

Me daba ansiedad que alguna te interesase, porque aceptar tener novia significaría tener menos tiempo conmigo, pero tú no mostrabas ninguna intención siquiera de ser amigo de ellas. Esa exclusividad de tu compañía me hacía muy feliz.

Justo en el barco que nos llevó a Miyakojima, todos fuisteis testigos de mi inutilidad a la hora de acercarme a una chica y os burlasteis de mi porque no podía evitar hablar sobre el skate para coquetear con alguien. Preciso, tú no te burlaste, tenías tu mirada muy seria fija en mi como reflexionando sobre algo.

Ahora sé lo que pensabas: que en tu primer día en el instituto, tras las clases, cuando nos encontramos tras recuperar tú mi monopatín, yo enseguida te hablé sobre el skateboarding y te propuse probarlo. ¿Estaba intentando llamar tu atención? Definitivamente sí.

Pero vuelvo a Miyakojima.

Tras desembarcar, tras cenar, mientras nos dirigíamos a las aguas termales, pasó eso.

Fue la primera vez que mi corazón se paró, que mi respiración se aceleró y un calor picante me recorrió todo el cuerpo cuando evitaste que me cayese del monopatín cuando nos perseguían esos tipos apestosos.

No fue el gesto en sí lo que provocó esa reacción, sino la forma en que me miraste, como si fuera importante y único para ti, con esa sonrisa arrobada de satisfacción por haber conseguido salvarme. Yo me enrojecí, estoy seguro de ello.

Luego el acabar cubiertos de fango maloliente y el tener que quitárnoslo hizo que mi cabeza olvidase por unas horas lo que acababa de pasar.

Sin embargo, a la noche tras echar los fotones para los cuatro, Shadow, Miya, tú y yo, todos os fuisteis durmiendo, yo no podía.

El motivo era que la luz de la luna se colaba por la ventana entreabierta e incidía en tu rostro y yo no podía dejar de mirarlo. Me embriaga lo bello que estabas y la sensación de calor en mi cuerpo volvía.

Me quedé alelado ni siquiera sé cuanto tiempo hasta que me di cuenta que lo que estaba haciendo no era lógico.

¿Quedarte mirando a tu mejor amigo mientras duerme adorando lo guapo que está?

Yo mismo me di cuenta que eso era algo que era normal si tú fueras una chica, pero no era el caso.

Empecé a reflexionar si es que estaba atraído por ti, si es que me gustaban los chicos, y lo negué rotundamente.

Me dí la vuelta e intenté dormir.

Imposible, claro, quería seguir mirándote.

No me resistí y me volví de tu lado mientras las ruedas de mi cabeza se movían a tanta velocidad que alguna se iba a salir de los goznes.

Al final agarré mi móvil y busqué información en internet.

Estuve leyendo post, blogs, mensajes en foros que en su mayoría me llevaban a webs de autoayuda, pero algo aprendí, un concepto nuevo: bisexualidad.

Sería muy bonito decir: „ entonces supe lo que yo era y me quedé tranquilo" Por supuesto que no, no es nada sencillo. Aquello me llevó a más preguntas, a más dudas, porque hasta entonces nunca jamás me había planteado que un conflicto así pudiera surgir en mi. No era solo intentar comprender lo que despertaba en mi esa reacción ante ti, sino entenderme a mi mismo.

Al final, el cansancio, hizo que las letras se desdibujasen cada vez más y sin darme cuenta me dormí.

A la mañana siguiente mis cavilaciones quedaron solo en algo fruto del insomnio y decidí olvidarlas y estar feliz con ser tu amigo.

Naturalmente era imposible negar lo que yo sentía por ti y todos los comprendieron antes que yo.

Cada día de septiembre  Sk8. Renga ( Completado ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora