Capítulo 15

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El canto de los pájaros rompía el silencio del amanecer, una melodía que, aunque dulce, despertó al rubio caballero con desagrado. Maldijo en voz baja, pues aquellos trinos lo habían sacado del momento más delicioso de su sueño: justo cuando casi alcanzaba a tener al hada en sus brazos. Exhaló un suspiro, pesado como las brumas del alba, y se levantó de un solo salto, como si el eco de una batalla perdida le impulsara. Su estómago rugía, y la sensación de hambre era tan intensa que decidió acercarse a los robustos barrotes de su celda.

—¡Oigan ¿Hay alguien ahí?! —bramó su voz, resonando en las frías piedras del calabozo.

Pero el eco fue su única respuesta. El silencio, denso como una niebla, le envolvió de nuevo. Con un gesto burlón, el caballero dio un paso hacia atrás, su mirada dorada centelleando como el filo de una espada.

—Bien, si no quieren por las buenas.

Con un movimiento fluido, su mano se cerró en torno a uno de los barrotes, y, con la fuerza de quien ha vencido dragones y demonios, lo dobló con facilidad. El metal gimió bajo la presión de su mano, cediendo como si fuera un junco. En un parpadeo, el rubio salió de la celda, su capa ondeando detrás de él como si los vientos le saludaran en su libertad recién ganada.

—A ver, a ver, a ver —dijo en voz baja, sus ojos recorriendo el pasillo como si estuviera en pleno campo de batalla. —Creo que debo de hallar un modo de volver a la taberna, pero primero debo encontrar a ese cerdo tonto

Comenzó a andar por el lugar, y a cada paso, la belleza del entorno lo envolvía. Aquel sitio, una montaña suspendida en los cielos, estaba cubierto de esmeraldas praderas y adornado por flores de colores tan vivos que parecían encantar el paisaje con su fulgor. La brisa le acariciaba el rostro como manos invisibles, y al observar tal maravilla, un recuerdo dulce le invadió. Se vio a sí mismo, junto al hada, ocultos en el Bosque del Rey Hada, compartiendo momentos secretos bajo las estrellas. Aquella memoria le arrancó una sonrisa, suave como el pétalo que colgaba de su cuello.

—Seguro King debe estar preocupado —murmuró, tocando el delicado pétalo. —Estoy bien, si es cierto lo que dicen de estos pétalos, sabrás que estoy bien.

Avanzaba con pasos seguros, pero su mente divagaba en pensamientos que solo el viento parecía escuchar. No muy lejos de allí, divisó a un grupo de guerreros celestes entrenando, sus alas doradas destellando con cada movimiento. Entre ellos, reconoció al hombre que, días antes, lo había confundido con su hijo.

—Sí que tiene una hermosa vista —murmuró para sí. —Estoy seguro de que a King le gustaría este lugar.

Continuó su caminata, pero algo en el horizonte atrapó su mirada. Una joven se encontraba no muy lejos, y su apariencia era la viva imagen de una princesa de cuentos antiguos. La doncella, al percatarse de la atención del caballero, se acercó con pasos apresurados, una mezcla de sorpresa y alivio pintada en su rostro.

—Pero, ¿Cómo lograste escapar de la celda? Dime —inquirió, su voz cargada de incredulidad.

El rubio, con una sonrisa traviesa que ya era su sello, inclinó la cabeza en un gesto burlón.

—Desde ayer sigues confundiendome con alguien más —dijo, esquivando con agilidad las manotadas que la joven lanzaba, sus brazos agitados como los de una niña enfadada, mientras lo regañaba por haberla preocupado. Cuando sus golpes fallaron, soltó un bufido frustrado. —Lo siento, pero, yo no soy ese Solaad del que tanto estás hablando —continuó él, el brillo en sus ojos demostrando que disfrutaba de la situación.

—¿Cómo? ¿A qué te refieres? —preguntó la doncella, deteniéndose, confusa.

Antes de que pudiera responder, una voz grave y potente se oyó a lo lejos, llamando la atención de ambos.

Girl [Meling] [Corrigiendo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora