Prólogo.

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Hoy, después después de cuatro años cruzo las puertas que me adentraron a ese lugar horrible.

No me ha ido del todo mal estos dos últimos años, hasta ayer, estuve trabajando como ayudante de cocina. No había hecho amigas, pero de todos modos, no me importa, estaba muy bien sola. Además Peter, el hombre negro de las artes marciales, al fin decidió enseñarme el deporte y no me quedaba tiempo para mucho más.

Todo está lleno de cámaras grabando y haciendo fotos, ¿es que esta gente no se ha olvidado de mí? Tampoco soy tan importante. Me empujan, me acribillan a preguntas.

Me estoy enfadando. Y mucho.

Siento un montón de brazos rodearme, y se me pasa el enfado en cuanto veo quienes son: Mi padre, Andrea, Max y Yoa.

También ellos me acribillan a preguntas, pero a ellos se los dejo pasar.

-Vamos al coche, por favor -les digo, casi rogando.

Agacho la cabeza al mismo tiempo que nos abrimos paso.

Esos periodistas... ¡ya se podrían ir a la mierda!

Me echo una ojeada de nuevo, la ropa me viene grande, pues he adelgazado bastante desde que entré. Me siento extraña. Como si estuviese fuera de lugar.

Por fin, logramos llegar al coche entre empujones y voces llamándome desesperadamente. Qué alivio.

Mi padre abre el coche con el mando, e inmediatamente abro la puerta delantera.

Suspiramos todos al estar ya dentro con el coche arrancado, pero esta gente no se rinde, siguen dificultándonos el paso y aporrean la ventanilla de mi lado.

-Joder... -me quejo, moviendo la pierna derecha desesperadamente.

-No te pongas nerviosa -me tranquiliza mi padre, presionando el claxon para que se retiren.

No lo hacen y me estoy empezando a acordar de todos sus familiares.

-¡A la mierda, acelera papá! -exclamo, histérica. Me estoy agobiando muchísimo.

-Cálmate -me dice Max.

Me giro y lo miro, aprentando los dientes: -¡No me digas que me calme!

Se queda blanco, al igual que Andrea. Están sorprendidos por mi agresividad. Suspiro, arrepentida. La verdad es que me he pasado tres pueblos.

-Lo siento... -me doy la vuelta y me doy cuenta de que estamos empezando a avanzar.

¡Menos mal!

Me dedico a mirar por la ventanilla como si fuese la primera vez que veo la ciudad, muchísimas cosas han cambiado y está más bonito ahora. O es que yo lo veo todo con buenos ojos.

Tengo ganas de llegar a la casa nueva, ya que mi padre se divorció y se quedó mi madre con la casa, y en la que vivía yo me la embargaron por no pagar, de modo que tengo que vivir con mi padre hasta que consiga un trabajo y ganar el suficiente dinero  para poder independizarme.

Después de pasar media ciudad, llegamos a las afueras de Brooklyn y el coche para frente una casa bastante grande de un color crema, incluso parece nueva. Bajo del coche, observando todo. Unas Carmelias un poco marchitas, adornan la parte delantera de la casa, pegadas a la pared y una enredadera enorme, trepa por una de las esquinas de la casa.

Miro hacia arriba y veo que hay una pequeña ventana que da al tejado de color negro.

-Vamos dentro -me dice mi padre, con Yoa detrás suyo.

Con la mochila de tela que llevo colgada al hombro con mis pertenencias que tenía en la cárcel, voy hacia la puerta y entro, delante de todos.

Guau, no me cabe duda de que la casa es nueva. Todos los muebles son de roble, una lámpara de araña de cristal, adorna el techo del salón que es muy amplio. En éste hay un cuadro enorme con un retrato de una niña pequeña.

Amándote. 2°parte de MCDCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora