Extra

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2.

-¡Vete! -le grito, con los sentimientos revueltos.

-Oh, vamos, Annie, ¿te vas a poner así por algo como eso? -dice, intentando no perder los nervios. Le está costando.

-¡Largo!

Quiero que se vaya de aquí y me deje sola para llorar, pero por otra parte, quiero que se quede y me abrace como él sabe que me gusta y como él solo lo hace.

-¿Sabes qué? ¡Estás malditamente loca! ¡No sé por qué demonios te aguanto! -se lleva las manos a la cabeza y revuelve su precioso pelo.

Me inclino con dificultad por la enorme barriga y me quito la zapatilla para después lanzársela. Para mi mala suerte, al ver mis intenciones, es rápido y se marcha cerrando la puerta con un portazo, dejando que la zapatilla golpee ésta.

Maldito sea... Qué idiota es y cómo lo quiero.

Me giro, apoyo las manos en el escritorio de la oficina del gimnasio y lloro, a sabiendas de que Dylan está enfrente mío haciendo cómo si nada pasase. Está acostumbrado a esto, ya que llevamos durante los cinco meses de mi embarazo sin parar de discutir. Dylan, decidió no interferir en nuestras disputas una vez que no salió bien parado.

Hoy lo hacemos porque al ir a la clínica para la revisión y para que nos dijesen el sexo del niño, el médico se ha dado cuenta de que no hay un sólo bebé, sino, dos ¡Dos! ¡Eso es jodidamente increíble! ¿Es que no pudieron darse cuenta antes de que había dos niños? Sí, ambos eran varones. Gemelos. Al parecer, por lo que el médico nos había explicado, posiblemente no se dieron cuenta porque estaría escondido. No obstante, me extrañaba demasiado haber engordado tanto en tan poco tiempo. Y ya tenía una clara explicación: Iba a ser madre de gemelos.

No volveré a acostarme con él. Él tenía la culpa. Si creía que me iba a ser dificilísimo hacerme cargo de uno, de dos no quería ni pensarlo.

Echo un vistazo a las ecografías y lloro un poquito más.

Lo echo de menos y sólo han pasado siete segundos desde que ha salido por esa puerta.

Malditas hormonas.

Oigo la puerta abrirse, me seco las lágrimas y me enderezo, dándome la vuelta a su vez. Mi hombre maravilloso está ahí quieto, mirándome con cansancio, arrepentimiento y sobre todo, amor.

-Cariño... ¿Ya estás mejor?

Asiento. Me seco las lágrimas y a paso rápido me acerco a él, que me recibe con los brazos abiertos, para darle un abrazo.

Últimamente pasaba igual, me enfadaba, discutíamos, nos decíamos mil cosas que no pensábamos, se iba, me daba diez segundos para recapacitar y volvía para mimarme. Siempre volvía a mí. Nunca me dejaba sola. Y por eso lo amo tanto, se merece el cielo por aguantarme.

-Perdóname -susurro, en su cuello.

Él besa mi cabeza: -Nena, me vas a volver jodidamente loco. Tienes suerte de que te quiera.

-Lo sé. Soy muy dichosa.

Lo escucho soltar una risita e inmediatamente levanto la cabeza para verlo. Me encanta verlo de ese modo. Me enamora aún más.

-Te quiero, fea -arrugo la nariz.

-Y yo a ti, idiota -me inclino, y lo beso.

-No hay que os entienda. Estáis locos -protesta Dylan. Río en los labios de mi chico. Él hace lo mismo. Somos consciente de ello.
Pero así empezó todo. Nos llevábamos mal, poco a poco fuimos acercándonos hasta que ninguno de los dos quería separarse el uno del otro. Nos queremos a nuestra manera y si la gente no nos entiende, no nos importa. Somos felices de ese modo.

Amándote. 2°parte de MCDCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora