Capítulo veinte.

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Las hojas de los árboles que veo caer desde mi balcón son bastante tranquilizantes de observar. Mientras deleito mi vista con este bello y calmante paisaje, pienso que todo mi nerviosismo no sirvió de nada. En la semana que estuve sin pegar un ojo, se decidió por unanimidad que debería descansar. La señora Hilda, Olga, Pamela e incluso el bibliotecario me dijeron que era mejor que me tomara un descanso. Francamente, dudo haber estado tan mal, pero, si todas esas personas me lo dijeron, debe ser por algo. Veamos, recordemos lo que pasó.

Si mal no recuerdo, cuando fui a la cocina para mis clases de cocina con Hilda y Olga, ambas concordaron en que no me veía bien —lo cual es bastante raro, pues siempre las veo discutiendo o teniendo opiniones distintas— y dijeron que mejor me fuera a descansar.

—Estás muy pálida.

Eso fue lo que dijo la señora Olga cuando le pregunté por qué me quitó los paños de cocina con los que estaba limpiando. La miré dudosa, pero antes de poder replicar, su hermana agregó.

—Es cierto, también te ves muy débil. —Concordó la señora Hilda con preocupación en su voz y desabrochando el delantal de cocina que momentos antes me había colocado para no ensuciar el uniforme.

Al mirar cómo lo tenía puesto, me di cuenta que estaba al revés y abrí mucho los ojos, confundida. Estaba segura de que me lo había colocado bien.

—Chica, ¿no crees que te estás sobre esforzando mucho? ¡De seguro que las tareas te tienen así! —Dijo la señora Olga mirándome con pena.

—Será mejor que cuides tu salud. Dejaremos esta clase para otro día. —Concluyó la señora Hilda intercambiando miradas preocupadas con su hermana.

Aunque ambas eran muy persuasivas, no podía aceptar sus palabras.

—No, un compromiso es una promesa que, sin importar las circunstancias externas, se debe cumplir. Además, fui yo quien pidió a modo de favor que me enseñaran a cocinar, ya que estas son cosas que me servirán día a día. Ustedes ahora son mis maestras y yo como alumnas les debo cumplir. —Dije con una fuerte convicción.

Así que tomé la escoba sin dudar, ya que seguía en proceso de aprender a limpiar, pero cuando me di cuenta, la señora Hilda volteó la cara tratando de evitar reírse en mi cara y la señora Olga no paraba de reír a carcajadas, la escoba la había tomado al revés.

—Trágame tierra.

Fue todo lo que pude pensar en ese momento. Había dado un gran discurso en el que digo estar bien y debo ser responsable por haberles pedido este favor, pero al minuto siguiente voy y cometo tremenda estupidez. Claramente, mis acciones demostraron lo contrario a lo que había dicho.

Lo sé, estaba mal, pero no quería admitirlo.

Así que, sin más opción y teniendo a la vergüenza coloreando mis mejillas, me fui del lugar diciendo que iba a descansar, pero no fue así. Pensé que todavía estaba bien.

—Fue un pequeño error. Cualquiera comete un error así. —Intenté convencerme.

(Autora: No solo tú, Ideealaria)

(Correctora: Ideealaria tipo: “Mientras no me desmaye, todavía estoy bien”)

—Es normal equivocarse.

Así que decidí utilizar este tiempo libre en seguir investigando la vida cotidiana de un plebeyo. Llamé a Pamela y le dije: “Enséñame a vestirme, por favor”.

Aunque con paciencia explicó cada una de las prendas que tenía que usar, tales como el corset, las cintas, los vestidos de temporada, los gorros, la ropa interior, la ropa que cubre el corset, no entendía nada. Todo me entraba por un oído y salía por el otro. En ese momento, habré ¿Tenido la cabeza hueca?

La villana se enamoro del hombre viudo con dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora