Ella era hermosa, la mujer más hermosa y fuerte qué una vez conocí y yo... Solo un idiota qué no supo ver aquella belleza.
-Entonces ¿Esto es todo? ¿Segura que es el lo que quieres?.—Murmuraba mi voz apagada intentando en vano sonar fuerte, pero no era más que un vago intento por no quebrarme delante de ti y arrodillarme para suplicar tu perdón.
Tus ojos castaños me miraban entre la pena y la lastima ¡No me importa que me veas así si con eso logro tu perdón! La noche se cernía sobre nosotros al igual que la lluvia comenzaba a caer sobre nosotros, como si el cielo estuviese de mi lado y llorara por tu partida. Estabas tan hermosa como siempre ante la luz de la luna que mis ojos no dejaban de admirar tu belleza, una belleza qué yo mismo había consumido y destruido por no haberte sabido apreciar.
Aquel traje de oficina qué ahora se apegaba a cada curva de tu cuerpo como un guante no hacía más que hacer volar mi imaginación, pero sabía bien que no era momento para mis estúpidos caprichos.
-Es lo mejor esteban, nada me ata a este pueblo ni a ti.—Respondían tus labios sin titubear mientras tus manos mantenían abierta la puerta de tu auto, como si en el fondo tratases de escapar.— Quizás lo nuestro no era estar juntos, éramos incompatibles y quizás solo forzamos las cosas... Quizás yo no era tu felicidad y estoy segura que tu no eras la mía.
No me hagas esto... No digas que no funcionamos ¡Dame una oportunidad de remediar mis errores! ¡Déjame demostrarte qué solo te amo a ti!
-¿Y gabi? ¿Y tú trabajo? ¿La casa de mi madre?.—Pregunté ansioso en búsqueda de algo que pudiese hacerte cambiar de opinión para que te quedaras, pero conocía tu carácter y sabía que no habría poder humano que te detuviera cuando decidías algo.
-Gabi ya está casada y tiene una familia.—Me respondiste ocultando tu rostro de mi mirada.— Conseguiré un nuevo trabajo en México una vez éste en la capital y la casa de tu madre... Seguirá siendo mía si alguna vez decido regresar a este pueblo, aunque lo dudo mucho.
Tu mano soltó la mía y me sentí morir. Mis lágrimas se confundían con la lluvia para que no vieses qué este grandísimo imbécil lloraba por tu partida y los errores cometidos, mi alma súplica por tu perdón mi amada jueza pero tu voluntad es inquebrantable como el hierro.
Te veo subir empapada al auto y cerrar la puerta, el cristal de la ventana baja dejándome ver tu rostro. Puedo ver tus ojos rojos por retener las lágrimas qué amenazan con salir de tus ojos. Escucho el motor de tu auto encender y se que este es el fin, veo tus labios curvarse en una ligera sonrisa y tus lágrimas escapan de tus ojos y veo tu auto empezar a avanzar antes de que tu voz salga en un tono tranquilo.
-Adiós esteban... Espero que seas feliz.
No puedo... No me pidas ser feliz porque mi felicidad te la llevas tu.