Mónica...
A mediados de noviembre la locura del primer trimestre apareció, se suponía que Gabi había salido de él unas semanas atrás y Ana iba a la mitad, pero todos los síntomas parecían seguir firmes en ambas. Mientras Ana disfrutaba el crecimiento de sus senos, Gabriela no encontraba nada en su clóset que pudiera quedarle en esa parte. Los desayunos o almuerzos que comenzaban a hacerse una rutina entre nosotras, ahora no eran tan buenos como las primeras semanas, tenía prohibido toda clase de desayunos porque si no le daba náuseas a una le daba a la otra.
En la oficina Gabi comenzaba a quedarse dormida en medio de las reuniones y Ana, que se había vuelto una invitada común en mi casa, podía dormir el día entero si yo no la despertaba. Aunque en el caso de ella para mí todo era más difícil. De alguna manera parecía que yo formaba parte del embarazo, no quería ser grosera, pero había noches, cuando llegaba más que agotada del trabajo, en las que solo quería dormir y ella estaba ahí, durmiendo, comiendo o vomitando. Era difícil para mí sobrellevar que mis dos mejores amigas estuvieran en proceso de convertirse en madres, agregarle que una de ellas viviera prácticamente en mi casa, me estaba volviendo loca.
Gabriela le recomendó la doctora a la que había estado yendo a Ana y ella me hizo acompañarla. Sabía que si seguía sonriendo y asintiendo a todo eso, terminaría explotando y gritándole que no soportaba seguir todo el proceso del embarazo si al final no iba a llevarme el bebé a casa, pero inevitablemente seguía aceptando ayudarla.
Esteban y yo no habíamos hablado mucho en las últimas semanas, él estaba ocupado con el rancho y yo cuidando a mi muy embarazada amiga. Así que nuestra interacción se había reducido notablemente, lo que era bueno para poder pensar y meditar lo que haríamos cuando llegado el momento y tuviéramos que elegir si queríamos ir a esa reunión o no. Sin embargo, a medida que el embarazo de Ana avanzaba, más sentía la necesidad de llamarlo, quizás porque era el único amigo que me quedaba cerca de casa y que sabía que no saldría corriendo al baño si pedía un desayuno abundante en algún restaurante. Quería hablar, necesitaba hacerlo.
Había pensado en Lucero, ella era buena dando consejos y escuchando, pero mi padre le había regalado un viaje por su aniversario, así que ambos estarían fuera del pueblo por unas semanas.
Esa tarde, después de estar veinte minutos en la sala de espera mientras Ana era revisada por la doctora, ella salió del consultorio y me pidió entrar a petición de mi amiga. Una vez ahí noté que estaba recostada y estaban realizándole su primer ultrasonido. Sentí un hueco en el estómago y sonreí acercándome a ella. Me senté donde la doctora me indicó y Ana tomó mi mano.
-¿Lista?.—Preguntó mirando a Ana con una sonrisa. Ella se limitó a asentir y entonces encendió la pantalla. Mientras le señalaba un punto tan pequeño como un maní, sentí que el hueco en mi interior se hacía más y más grande.—Este pequeño es tu bebé.
La doctora sonreía, Ana lloraba a mares por la emoción y yo estaba estática, mirando un punto tras la pantalla, intentando no romper en llanto o salir corriendo de ahí. Una vez fuera del consultorio, con un folder pequeño con las fotos del ultrasonido, decidí que no podía continuar con eso. Podía estar ahí cuando verdaderamente hiciera falta, pero no estaba lista para tomar el embarazo de ellas así de fácil. No sabía cómo le explicaría que no podría ir a todos sus ultrasonidos, ni seguiría acompañándolas a las tiendas para buscar ropa de bebé. Así que antes de hablar me daría un respiro y hablaría con otra persona, no quería lastimar a Ana con mis palabras. Llegamos frente a mi casa, donde pasaría el resto del día.