Mónica...
Los días después de enterarnos, finalmente, que podríamos tener hijos, habían pasado mucho mejor. Una parte de mí se sentía tranquila, ya no me obsesionaba tenerlos, pero temía pasarme la vida con esa duda y tener la respuesta era gratificante.
Había decidido continuar viviendo en mi casa, a pesar de la propuesta de Esteban de volver a vivir juntos. Suponía que si íbamos a tomarnos todo con calma, mudarnos juntos no era la mejor opción. Sin embargo, terminábamos durmiendo prácticamente todas las noches en la misma cama, ya fuera en el rancho o en mi casa. Él estaba intentando ser paciente, lo cual agradecía, pero podía notar su ansiedad cuando hablábamos de planes a futuro.
Esa tarde, me encontraría con mis mejores amigas en la casa de Ana. Finalmente armando había regresado a su apartamento, aunque debía admitir que me sorprendía que ella fuera la que lo urgiera a irse, parecían llevarse muy bien y disfrutar de la convivencia; pero al parecer ella no estaba tan cómoda como lo hacía ver.
La pequeña Elena era idéntica a su mamá, pelinegra y de preciosos ojos castaños y ya tenía a su padre colgando de su meñique. Había llegado temprano, así que estábamos esperando a Gabriela, que dejaría a Ximena por primera vez con Damián completamente solos. Cuando apareció armando para llevarse a su niña, pues sería un día libre para las madres primerizas. No había notado nada raro en el comportamiento de Ana, al menos no hasta que él apareció.
Ellos estaban en el pasillo de la entrada, mientras que yo jugueteaba con los deditos de Elena que parecía estar por dormirse. Al principio hablaban despacio, pero mientras su conversación avanzaba sus voces subían más de volumen. Por el concepto abierto en la casa de Ana, me era imposible no verlos y escucharlos, pero intentaba no hacerlo.
-¡Que no salgas conmigo no quiere decir que puedes salir con alguien más!.―Mi pelinegra amiga estaba furiosa y pude ver en los ojos de Armando que no tenía idea de qué estaba hablando.
-¡No estoy saliendo con nadie mujer! Pero aunque así fuera, si no quieres estar conmigo no puedes obligarme a estar solo el resto de mis días. A veces se necesita una compañera de cama.―Mientras ellos se miraban furiosos, yo me mantenía en silencio con la pequeña Elena en brazos.
-Bien, si eso quieres. Mañana tendrás a Elena todo el día y la noche, el doctor me ha dado alta para cualquier tipo de actividad y planeo ir a un bar a buscar algo de diversión.―Intentaba no poner atención, pero su conversación era digna de escucharse, solo esperaba que no terminaran acostándose conmigo presente.
-Genial, pero cuando no encuentres a ninguno que logre complacerte completamente Elena estará dormida y yo encantado de recibirte, cariño.―No estaba segura de si ellos aún se acordaban de mi presencia, pero el rostro de Ana era un poema, uno que quizás tendría groserías en él, y el de Armando no se quedaba atrás. Eran tan parecidos, testarudos y posesivos, que dar el brazo a torcer no era una opción.
Ella lo ignoró con la mirada, al igual que él parecía retarla, pero aún con lo mucho que intentaban mirarse con enojo, había algo en ellos que te hacía sentir que estabas de mal tercio, casi con ganas de irte para darles privacidad y evitar ver como se desnudaban mutuamente.
-Créeme, lo último que necesito son tus propuestas. Ya te lo dije, eres solo el padre de Elena, es todo lo que eres y serás en mi vida, ni siquiera un amante ocasional.—Sabía que Ana solo estaba intentando defenderse, pero pude ver que, a diferencia de los insultos anteriores, ese le había dolido al pobre Armando que solo quería una oportunidad para estar juntos y criar a su hija. Él la miró dolido unos segundos, después recompuso su rostro y la pasó de largo.