Esteban...
Durante la misa no había podido dejar de mirarla con una sonrisa estúpidamente grande, ella solo me miraba de reojo intentando no sonrojarse, podía verlo en la forma en que mordía su labio inferior. El padre estaba poniendo el agua bendita sobre la cabecita de la pequeña Ximena, Mónica era su madrina y dado que Gabriela la había elegido, a Damián le tocó elegir al padrino, así terminé como padrino de nuestra primera sobrina.
Era una pequeña ceremonia, los invitados llegarían a la comida en la casa de los padres de la festejada, así que ahí solo estábamos nosotros cuatro, Ana con Armando, que últimamente la seguía para todos lados. Samuel, los abuelos de la hermosa niña y otros familiares que no reconocía. Al igual que la familia de Mónica y algunas amigas de Gabriela.
Después de las fotos y de que Ximena pasara por los brazos de cada persona que estaba en la capilla, incluido el padre, salimos para tomar cada uno sus autos. A nadie le pasó desapercibido vernos llegar juntos y tomados de la mano, pero ese día se trataba de la bautizada así que nos concentramos en ella.
-Podríamos casarnos ahora mismo, el padre está ahí y todos nuestros familiares y amigos, nos ahorraríamos una fortuna.—Dije en broma mientras le abría la puerta del auto. Ella sonrió recargándose del otro lado de esta.
-Llevamos saliendo tres horas y ya quieres que nos casemos. ¿Qué harás para nuestro aniversario de una semana?.―Sonrió por su comentario y me incliné para tomar sus labios, deseando que la puerta no estuviera entre ambos.
-La luna de miel, por supuesto. ―Ella sonrió sobre mis labios y se alejó con una mirada preciosa y sus mejillas sutilmente sonrojadas.
-Otro día será, me gustaría ponerme un vestido blanco cual muchacha vírgen y un conjunto de lencería de damisela promiscua. Lamentablemente solo tengo puesto una de ambas cosas ahora mismo.―Apenas terminó de hablar, entró al auto dejándome con la imaginación por los cielos, ya que su vestimenta no contaba precisamente con el vestido blanco.—Si te quedas ahí todos van a notar el problema en tus pantalones, cariño.
Su sonrisa era juguetona y solo la miré un segundo antes de sonreír de lado. Di la vuelta al auto y subí a su lado.
En la fiesta todos los invitados, en su mayoría del pueblo, nos miraban con sorpresa al vernos juntos y, no podía mentir, me encantaba presumir a mi mujer ante todos ellos. Mónica les sonreía como si nada y respondía con un simple "nos amamos", a lo que yo sonreía rodeándola por la cintura.
A las ocho de la noche, algunos invitados comenzaron a irse, pues la pequeña Ximena se había ido a dormir una hora atrás, hasta que quedamos solo los que habíamos estado en la misa. Ana estaba sentada y con los pies sobre las piernas de Armando que se los estaba masajeando. Según Mónica, la pobre tenía dos semanas que debía de haber dado a luz y aún nada. Gabriela y Damián estaban riendo por lo que sea que Ana les contaba y Samuel permanecía sentado con una chiquilla que no reconocía, no parecía menor de edad, pero era pequeña como Gabi, castaña y ojos castaños.
Nosotros nos habíamos separado y permanecíamos abrazados en medio de la pista, mirándonos a los ojos y murmurando tonterías, sintiendo de vez en cuando la mirada de todos nuestros conocidos, pero sin intención de romper nuestra burbuja.
-Así que… ¿lencería de damisela promiscua? Quisiera comprobar eso apenas lleguemos a casa.—Murmuré contra su oído y escuché una suave risita contra mi cuello.