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Después de que Asta llevó a Oriana al interior de la iglesia para que descansara un poco, él decidió regresar al exterior para continuar su entrenamiento. Aunque no tenía magia, eso nunca había sido una excusa para no fortalecer su cuerpo y aumentar su resistencia. Mientras tanto, Oriana jugaba alegremente con sus pequeños hermanitos, disfrutando de sus risas y la compañía. Fue entonces cuando Nash se acercó y le pidió que lo acompañara al pequeño mercado de la aldea para comprar algunas cosas que su padre adoptivo necesitaba. La pequeña albina, con una sonrisa, dejó a su hermana mayor a cargo de los más pequeños y se dispuso a salir junto a Nash.

El camino de tierra que recorrían estaba iluminado por la suave luz del sol, y ambos caminaban con una energía alegre, disfrutando de la tranquilidad del día. Oriana, llena de entusiasmo, le contaba a Nash sus planes de ahorrar un poco de dinero para comprar semillas de vegetales variados. Quería plantarlas en una parte del jardín de la iglesia y cuidarlas para verlas crecer fuertes y saludables. Nash la escuchaba con atención, sabiendo lo feliz que hacía a su hermana cuidar de la naturaleza. Su habilidad para darles el toque de sol que necesitaban siempre le había parecido increíble.

Entre las muchas conversaciones que surgían, el tema de la familia de Oriana se presentó de manera natural. A pesar de que habían pasado años, la pequeña no había perdido la esperanza de que su familia la estuviera buscando. Nash, aunque sabía que la realidad podría ser distinta, no tenía el corazón para romper la inocente ilusión de su hermana menor. De alguna manera, admiraba su optimismo y su capacidad de aferrarse a la esperanza, una cualidad que siempre la hacía brillar.

Nash caminaba en silencio, con la cabeza baja y los brazos cruzados detrás de su cabeza, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas para una pregunta que había estado rondando en su mente desde hacía tiempo. Finalmente, miró de reojo a Oriana, que sostenía la canasta con una expresión serena, y no pudo evitar soltar lo que llevaba dentro.

—Oriana... ¿Qué harás cuando encuentres a tu familia? —preguntó con suavidad, aunque en su interior, la idea le incomodaba más de lo que quería admitir. No era más que un pensamiento egoísta, pero el miedo a quedarse solo lo acechaba.

Oriana, con su típico gesto pensativo, llevó un dedo a la boca y alzó la vista hacia el cielo, como si sus pensamientos flotaran entre las nubes. Había un toque de calma en su voz cuando respondió, pero también una reflexión profunda que Nash no había anticipado.

—Si encuentro a mi familia... —comenzó, como si la idea de encontrarlos aún estuviera lejos—. Lo primero que haría sería abrazarlos, claro. Y luego les pediría que te adopten a ti también, Nash. Así podríamos seguir juntos, seguir siendo hermanos. —La pequeña albina le sonrió con ternura, mostrando sus pequeños dientes, mientras cambiaba la canasta de mano y tomaba la de su hermano adoptivo con la otra.

Nash sintió cómo su rostro se ruborizaba ante la simplicidad y la calidez de las palabras de Oriana. A pesar de la incomodidad que sentía por la pregunta, no podía negar lo reconfortante que era su respuesta. Oriana era como un rayo de sol para todos en la iglesia, y Nash, en el fondo, solo quería asegurarse de que la familia que pudiera tener algún día la amara tanto como ellos lo hacían desde que había llegado. Mientras caminaban, el sonido de sus pasos en el camino de tierra se mezclaba con el susurro de sus pensamientos.

—¿De verdad harías eso? —murmuró Nash, apenas creyendo que Oriana podría pensar en él de esa manera.

—¡Claro que sí! —respondió ella sin dudarlo, apretando su mano con una seguridad sorprendente para alguien tan joven.

El camino siguió tranquilo, y los dos niños conversaban sobre las cosas más simples, desde las flores que Oriana quería plantar hasta las historias de magia que escuchaban en la iglesia. Todo parecía en paz, hasta que un hombre corpulento, con aspecto descuidado y claramente ebrio, apareció de la nada, cruzándose torpemente en su camino. El choque fue inevitable, y Oriana, por su tamaño pequeño, cayó al suelo de sentón, soltando la canasta que llevaba.

¿De quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora