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Klaus se encontraba atrapado entre su deber y el miedo creciente que lo carcomía por dentro. A pesar de estar protegiendo a sus compañeros, su mente no podía despegarse de la idea de que los magos del reino de diamante estaban cerca, demasiado cerca. El maná opresivo que los rodeaba no era normal, y por un momento, sintió la urgencia de buscar a sus compañeras, Heather y Oriana, quienes habían tomado un camino distinto. Aunque su deber como caballero era concentrarse en el combate, no podía dejar de pensar en ellas, en especial en Oriana. Era solo una niña, y si las cosas seguían como estaban, la batalla se tornaría más que una simple prueba; se convertiría en una lucha de vida o muerte.

—¡Yuno! Tienes que ir a la sala del tesoro. ¡Rápido! —gritó, su voz temblando de tensión— 

Yuno, con el rostro endurecido, dudaba. No quería abandonar a sus compañeros, y mucho menos dejarlos frente a un enemigo tan poderoso. Aun así, Klaus sabía que no había tiempo para discutir. Si no se movían pronto, todos morirían, y si fallaban en recuperar el tesoro antes que los magos del diamante, las consecuencias serían aún peores. Pero la realidad lo golpeó con una dureza abrumadora: no estaban preparados para esto. No se trataba de un entrenamiento, no había segunda oportunidad.

—¡Hazlo, Yuno! —insistió Klaus, con la garganta apretada, sabiendo que desobedecer una orden como esa traería consecuencias, pero más aún temiendo lo que podría pasar si Yuno no actuaba. Sin embargo, había una sensación de incertidumbre que lo invadía profundamente, algo que no podía ignorar. Era Oriana. No dejaba de preguntarse si Heather la habría sacado a tiempo, si se habrían dado cuenta del peligro y huido antes de que fuera demasiado tarde.

Mientras tanto, Heather intentaba pensar en un plan, pero las ideas parecían escurrirse entre sus dedos como agua. La única certeza era que no podían quedarse quietas; el peligro era inminente, y cada segundo que pasaba aumentaba la probabilidad de que sus compañeros cayeran uno por uno. Oriana, a su lado, no dejaba de moverse, sus manos inquietas, reflejando la desesperación que la consumía por dentro. La niña no entendía completamente el peso de lo que estaba ocurriendo, pero su instinto le decía que debía hacer algo, cualquier cosa, para salvar a sus compañeros.

—No podemos quedarnos aquí, tenemos que ir ahora —insistió Oriana con la voz quebrada, su mirada fija en el camino que conducía a sus amigos. Quería usar su magia, quería ser útil, pero el miedo la paralizaba. Su cuerpo temblaba, aún incapaz de procesar la magnitud del peligro.

Heather no dijo nada, pero en un movimiento repentino, levantó a Oriana como si fuera un saco de papas y comenzó a correr con una urgencia que incluso ella misma no comprendía del todo. No podían perder más tiempo. Los gritos y los ecos de la batalla resonaban en la distancia, cada sonido era un recordatorio cruel de lo que estaba en juego. El aire estaba cargado de maná, una sensación pesada y sofocante que anunciaba el peligro que acechaba más adelante.

Klaus, por su parte, ya comenzaba a aceptar lo inevitable. Había hecho lo que pudo, pero sus fuerzas estaban agotadas, su maná disminuido, y no podía seguir protegiendo a Mimosa y Noelle. Los sentía tambalearse bajo el peso de la presión, y en lo profundo de su ser, sabía que no podrían ganar. El mago enemigo no solo era fuerte, era despiadado, una fuerza imparable que los arrinconaba más y más con cada segundo que pasaba. Klaus cerró los ojos por un momento, incapaz de ignorar el abismo que se abría ante ellos.

Sabía que, si no ocurría un milagro, estaban acabados.

—No hay más que hacer... —murmuró, apenas consciente de que sus palabras se desvanecían en el caos que lo rodeaba.

El ambiente en la mazmorra se volvía cada vez más pesado. El aire denso y cargado de maná vibraba con la inminente amenaza del enemigo. La magia de obsidiana de Raven cortó el aire con precisión, las escamas filosas surcando el espacio en dirección al mago del reino diamante. El ataque fue lo suficientemente rápido como para tomarlo por sorpresa, pero no lo suficiente como para acabarlo de un solo golpe. El enemigo gruñó, retrocediendo un paso.

¿De quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora