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El mes de marzo había llegado, y con él, la temporada en la que las suaves luciérnagas de pelusa flotaban por el aire, como diminutas estrellas llevadas por la brisa hacia destinos desconocidos. Marzo siempre traía consigo algo mágico, y ese año era aún más especial. Era el mes en que los quinceañeros de la región se dirigían emocionados a la torre para recibir sus grimorios, esos libros místicos que serían la clave para manejar sus poderes con mayor habilidad. Era un paso crucial hacia convertirse en caballeros mágicos, protectores del reino, y quizás, si la fortuna y el esfuerzo los acompañaban, en grandes héroes admirados por todos.

El bullicio en los alrededores de la torre era inconfundible. Las familias se reunían con orgullo, acompañando a sus hijos en este rito de iniciación, mientras que otros, huérfanos o cuyos padres no pudieron asistir, caminaban solos pero llenos de determinación. Entre toda esa marea de emoción y anticipación, estaba Oriana, con sus casi nueve años, llena de energía, aunque ligeramente molesta porque la habían sacado de su siesta bajo la sombra de un árbol. Pero su fastidio se desvanecía rápidamente al ver la felicidad en los rostros de sus hermanos mayores. El brillo en sus ojos era contagioso, y aunque Oriana todavía tenía sueño, su entusiasmo por estar allí con ellos lo superaba todo.

—¡Vamos, vamos, Asta! ¡Yuno! ¡Hoy es su día! —exclamaba la pequeña albina, rebotando ligeramente a su alrededor, a pesar de que sus párpados se le caían de tanto sueño.

Aunque Oriana aún no tenía la edad suficiente para recibir su propio grimorio, ya soñaba con el día en que lo haría. Imaginaba cómo sería caminar hacia la torre, llena de confianza, sabiendo que al abrir ese libro mágico, estaría más cerca de convertirse en una poderosa caballera mágica. Sería fuerte, invencible, y protegería a su familia como ellos siempre la habían protegido a ella.

Pero, mientras tanto, sus ojitos dorados parpadeaban pesadamente, luchando por mantenerse abiertos. Estaba decidida a no perderse ni un solo detalle del momento en que sus hermanos recibieran sus grimorios. Sin embargo, el cansancio era más fuerte, y en un abrir y cerrar de ojos, Oriana se quedó dormida de pie, abrazada al brazo de su padre adoptivo, el padre Orsi, quien la miraba con una sonrisa tierna.

—Siempre tan soñadora —murmuró Orsi, acariciando suavemente su cabello blanco como la nieve.

—¡Oriana! ¡Despierta, ya estamos por entrar! —la llamó Nash, con una mezcla de risa y preocupación.

Pero Oriana no respondía. Seguía profundamente dormida, soñando con su propio grimorio, mientras Orsi la sostenía con cariño para que no se cayera.

—Déjala un rato, ya tendrá su turno de recibir un grimorio y volverse una caballera legendaria. —dijo Yuno con una pequeña sonrisa. 

—¡Pero ahora es nuestro momento, no te duermas! —protestó Asta, haciéndose el dramático.

—Está soñando con aventuras, déjala que disfrute un poco —respondió Orsi, guiñándole un ojo a Asta.

La escena era tan pacífica, tan llena de una alegría tranquila, que aunque los mayores estaban por vivir uno de los momentos más importantes de sus vidas, la pequeña Oriana dormía feliz, sabiendo que algún día su propio sueño también se haría realidad.

La emoción en el aire era palpable. Los adolescentes que se encontraban en la torre no podían contener su entusiasmo mientras los grimorios comenzaban a descender, flotando mágicamente en busca de sus dueños. Cada uno era único, reflejando la magia de quien lo recibiría: algunos delgados, otros gruesos; unos con colores brillantes y vibrantes, otros más antiguos, desgastados por el tiempo. Las manos ansiosas se extendían, esperando con fervor a que uno de esos preciados libros místicos cayera en su posesión.

¿De quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora