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El aire alrededor de Asta parecía detenido, denso con la intensidad del momento. Oriana y Yuno, colgando de las cadenas que los aprisionaban, miraban a su hermano adoptivo con una mezcla de desesperación y esperanza.

—Confiamos en él porque es... ¡nuestro rival!— gritaron al unísono, sus voces cargadas de emoción, sus ojos fijos en Asta.

Esas palabras, pronunciadas con tanta convicción, resonaron profundamente en su alma. Durante un instante, Asta había caído en la oscuridad de sus propios miedos, consumido por la sensación de fracaso. Pero las voces de Yuno y Oriana rompieron ese hechizo de duda. A pesar de su desesperada situación, ellos no habían perdido la fe en él. Asta sintió que algo cálido y poderoso despertaba en su interior, una fuerza que no venía de la magia, sino del vínculo inquebrantable que compartían.

- Ellos creen en mí... no puedo rendirme.-  Asta, jadeando por el dolor de sus heridas, apretó los puños con una determinación renovada. No tenía un grimorio como ellos, ni magia fluyendo en sus venas, pero tenía algo más. Algo mucho más profundo. —Perdónenme... por haber mostrado esa parte tan débil de mí.— Sus palabras fueron un susurro, casi como una confesión, mientras sus ojos verdes se enfocaban en los rostros de sus hermanos. —Solo espérenme un momento, Yuno, Oriana... porque voy a patear el trasero de ese maldito mago.- Con una fuerza increíble para alguien que acababa de ser brutalmente golpeado, Asta se levantó del suelo. Cada fibra de su ser estaba ardiendo en dolor, cada músculo gritaba por rendirse. Pero la imagen de Yuno y Oriana, atrapados, sufriendo por su causa, fue suficiente para ahogar todo ese dolor.

—Eres un necio, mocoso. No tienes magia, ni un grimorio. Eres nada.—Frente a él, Revchi lo observaba, desconcertado por la tenacidad de aquel chico que, contra toda lógica, seguía levantándose. 

Asta sonrió, una sonrisa rota pero desafiante, mientras el aire a su alrededor empezaba a cambiar. De repente, lo imposible ocurrió: delante de él, flotando en el aire, apareció un grimorio oscuro. Viejo, ajado, con páginas amarillentas que parecían haber sobrevivido a innumerables batallas. La energía que emanaba de él no era como la de los otros grimorios; había algo profundo, casi salvaje en su presencia.

—**¿Qué demonios es eso?**— Revchi retrocedió un paso, su rostro palideciendo por la sorpresa murmurando, e incapaz de reconocer la magia de aquel grimorio.

- Asta... siempre has tenido esa extraña suerte.-  Yuno, a pesar del dolor de las cadenas que lo mantenían prisionero, observó con asombro. 

Oriana, aún colgando, dejó escapar una pequeña risa, mezclada con lágrimas de alivio. Asta, sintiendo el poder resonar desde el grimorio oscuro, extendió la mano. No sabía qué tipo de magia contenía, ni si realmente podría controlarla. Pero lo que sí sabía, con cada célula de su ser, era que no iba a dejar que sus hermanos sufrieran más.

—No necesito magia... para proteger a mi familia— susurró, sus ojos ardiendo con una convicción inquebrantable. El grimorio respondió, abriéndose lentamente, revelando una fuerza desconocida.

El destino, hasta entonces incierto, ahora parecía estar en sus manos.

—Lo sabía. Asta no siendo elegido... solo era cuestión de tiempo.— Yuno observó a Asta con una sonrisa tenue, pero cargada de un profundo significado. Las palabras salieron con suavidad, pero detrás de ellas había un eco de admiración contenida, de orgullo silencioso.

—¡Sabía que mi hermanito Asta lo iba a lograr!— Oriana, con su característica energía desbordante, no pudo contenerse gritando, con una mezcla de euforia y alivio. —¡Pero ya pégale de una vez! ¡Me estoy mareando, toda la sangre se me está yendo a la cabeza!— Su voz, aunque llena de su usual humor, revelaba su incomodidad.—Sabe a morado.—Mordiéndose la cadena que la mantenía prisionera, soltó una queja.

¿De quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora