Capítulo 5

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Sabrina pensó que lo que hacía era de masoquistas, se despertó como a las dos de la mañana con la esperanza de escuchar la batería del vecino, pero no, ese día solo había silencio

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Sabrina pensó que lo que hacía era de masoquistas, se despertó como a las dos de la mañana con la esperanza de escuchar la batería del vecino, pero no, ese día solo había silencio. A lo mejor estaba cansado y se había quedado dormido, o quizás había salido. Después de todo, Sabrina sabía que la gente normal con vida social solía salir los fines de semana, aunque ese no fuera su caso.

En el silencio de la noche escuchó el chirriar de la puerta de al lado y el golpe cuando se cerró. Pensó que las paredes estaban hechas de cartón, aunque en ese momento no se quejaba. Azul notó que su dueña se despertó por lo que se acercó a ella en busca de cariño, ella le acarició la cabeza con ternura y le hizo espacio a su lado para que se acomodara.

Entonces escuchó voces. Dos voces. Una de mujer... y el tono de la conversación era especial.

Sabrina se levantó sin pensarlo y fue hasta la cocina en busca de un vaso de vidrio, lo apoyó contra la pared que lindaba con el espacio del vecino y colocó una oreja sobre él con la intención de oír aquella conversación. Aquel truco se lo había enseñado su abuela, cuando era pequeña, así como eso de hacer un teléfono con dos vasos de plásticos y un hilo de liña. Su abuela era experta en comunicaciones, sobre todo cuando de enterarse de chismes ajenos se trataba. Sabrina sonrió, a lo mejor la curiosidad que le embargaba en ese instante era algo genético.

No escuchó gran cosa, palabras sueltas sin sentido alguno y silencios largos.

Frustrada y algo avergonzada por inmiscuirse en lo que no le importaba, volvió a la cama y pensó que había enloquecido. Definitivamente eso no iba a poner en su podcast porque la gente podría denunciarla por acoso o, mínimo le dirían que era una tóxica obsesionada. Cosa que parecía serlo.

Cerró los ojos con la intención de dormir, pensó que le hubiese gustado escuchar el sonido de la batería esa madrugada, así al menos podría ir a golpear, verlo abrirle en paños menores y pedirle que no tocara más, para obtener como siempre una respuesta negativa. Sabrina creía que ya estaba acostumbrándose a dormir con ese horrible sonido, pero entonces otros sonidos vinieron de al lado.

Gemidos, gritos y suspiros.

—No, esto no puede ser verdad —se quejó.

No podía ir a golpear y pedirles que se detuvieran, ¿cierto?

Se puso la almohada sobre la cabeza y buscó música en su teléfono, pero los gritos de la mujer eran intensos y en ocasiones incluso se oían por encima de su música.

Sabrina quedó con la mirada fijada en el techo y no pudo evitar preguntarse qué sentiría. Su máxima experiencia sexual se limitaba a manoseos furtivos en la sala de su casa y unas cuatro veces que tuvo relaciones con su primer y único novio. La verdad era que ni lo recordaba ya, ni siquiera lo había disfrutado.

Luego de aquello, Sabrina no tuvo más relaciones importantes y no sabía bien por qué, solo parecía que los chicos no la veían, era invisible... nadie se fijaba en ella como mujer.

Quizás era porque no tenía un círculo social más allá de los amigos que hizo en la universidad, pero con ellos ya no trataba casi y en su momento no fueron más que amigos. Quizás era porque ella no tenía compañeros de trabajo ya que era autónoma, y los que ocasionalmente conocía no iban más allá de la profesionalidad del momento ni ella daba lugar a nada más. Quizás era porque ella no era interesante o porque a nadie podría excitarle su piel bicolor...

—Eso es una tontería —se regañó a sí misma—, no hay nada de malo conmigo —negó con énfasis.

Hacía mucho tiempo Sabrina había comprendido que al no tener a nadie que le dijera las cosas que deseaba y necesitaba oír, debía ser ella misma quien lo hiciera, ya fuera darse ánimos, felicitarse por un logro o llamarse a la cordura.

Muchas veces pensó que, si alguien la escuchara hablarse a sí misma, pensaría que estaba loca, pero le daba igual. Por el contrario, era así como lograba mantener su mente en su sitio.

Los gritos de la mujer que estaba en la cama con Xavier se intensificaron, así como el sonido seco y repetitivo de algo que golpeaba rítmicamente contra la pared. Ya estaba cerca del grito final y ella lo sabía. Subió el volumen de la música clásica que se reproducía en su celular y le pareció sublime, el grito final de la mujer coincidió con el momento cumbre de la obra y luego el silencio.

Sabrina sonrió. El vecino parecía bueno en la cama o al menos a esa chica le había gustado.

La música se acabó y ella pensó que el silencio acaparaba la estancia de nuevo, se sentía tranquila, como si ella misma hubiera podido experimentar aquella explosión. Qué extraño le resultaba todo en esa noche, ser testigo de un momento tan íntimo entre dos personas le parecía entre delicioso y peligroso, entre incómodo y excitante. Era como cuando leía escenas subidas de tono en novelas románticas o eróticas. Eso era algo que le encantaba, era como colarse en lo más íntimo de alguien y experimentar una situación que a ella jamás le sucedería así, podía ver el mundo desde la perspectiva de otra persona con la posibilidad de habitar su piel y experimentar todas las cosas que ese personaje experimentaba, incluso las más prohibidas o extravagantes, cosas que una persona tan simple como ella probablemente no podría experimentar más que a través de una lectura.

Y de pronto en su interior fluía una Sabrina que no conocía, una que espiaba a escondidas y se sentía atraída por cierto nivel de peligro.

Sonrió.

Cerró los ojos para dormir, pero el sonido de la cama de la casa de al lado comenzó de nuevo.

—¿En serio? —se preguntó con una risita divertida.

Esta vez no puso la almohada sobre su cabeza ni buscó una nueva música, se quedó allí, en silencio, estática y atenta, esperando a que acabaran y la paz regresara. Se imaginó que leía un libro erótico y lo relataba en su mente, el personaje principal era su guapo vecino, aunque no tenía bien en claro cuál era el papel de la mujer que estaba con él en ese momento y que ella en realidad no conocía.

Y no tardó mucho, el silencio se hizo y ella cerró los ojos.

Se imaginó a la mujer recostada en los brazos fuertes de aquel chico tan guapo, ambos en posición «cucharita» dispuestos a dormir luego de una jornada intensa, con las pieles aún sudadas, pero tibias y sedosas, con las sábanas hechas ovillos alrededor de ellos, entrelazando los pies, él susurrándole al oído que le amaba y ella sonriendo antes del descanso.

Y deseó aquello como nunca.

Siguió entonces imaginándose una novela en la cual habían pasado del sexo salvaje a un romanticismo extremo. Le gustaba más esa clase de finales donde el sexo terminaba siempre con frases de amor.

No tardó mucho en quedarse dormida segura de que así había sucedido, sin darse cuenta de que al otro lado volvía a oírse el sonido de la puerta abrirse, y no había nadie en brazos de nadie.

No tardó mucho en quedarse dormida segura de que así había sucedido, sin darse cuenta de que al otro lado volvía a oírse el sonido de la puerta abrirse, y no había nadie en brazos de nadie

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