Hacía un par de semanas que Sabrina había acabado con el proyecto de las casas de Viva feliz y acababa de recoger el cheque, venía contenta pues pensaba hacer la transferencia para el hotel que había reservado Tefi para el año nuevo. Además, Esmeralda también le había pagado por el trabajo que le había hecho y ya había comenzado a cambiar sus redes con la nueva imagen que ella le había preparado.
Se sentía bien, un montón de nuevos clientes asomaban a su puerta tras los últimos proyectos que había entregado y ya había pagado el par de meses de alquiler de su departamento hasta fin de año y también algunas cuentas.
Por otro lado, Xavier seguía en su vida, se veían a menudo y compartían su día y sus actividades, se acoplaban el uno al otro y sabían incluso los horarios de cada cual. Ella lo veía bien, dormía mejor y hacía tiempo que ya no hacía llorar a su batería. Lo de las fotos sí, eso siempre seguía y cada vez lo hacía mejor. Solía mostrarle las cosas que retrataba y le hablaba de lo que le decía cada imagen. Y a ella le encantaba escucharlo.
Ese viernes habían quedado en salir. Él quería llevarla a conocer un nuevo restaurante que se había inaugurado en la ciudad y a ella no le pareció una mala idea. Se puso un vestido que, según sus amigas, lo volvería loco. Era negro, al cuerpo, con un cuello holgado que caía sobre el escote. Nada muy provocador, pero sutilmente sexi. Y tacones, y ella casi nunca usaba tacones.
Se planchó el cabello como le gustaba y se maquilló apenas.
—¿Lista? —inquirió él cuando la buscó esa noche—. Perfecta, como siempre —añadió al verla.
Él lucía espectacular, tenía un traje casual de color negro y una camisa negra también. El saco tenía por dentro un forro con rayas finas, que hacía un contraste exquisito cuando él se movía. Su cabello estaba suelto y le daba un aire varonil y sexi. Y olía delicioso.
—Qué guapo te ves —admitió.
—¿Sí? —inquirió él—. Nunca me dijiste que me veía guapo...
—Lo sabes, no necesitas que te lo diga —respondió ella.
—No, te equivocas, sí lo necesito, lo necesito si viene de ti —susurró y la besó en la mejilla.
Ese beso descolocó a Sabrina, fue inesperado y delicado, y no solían besarse mucho.
—Hueles al más exquisito de los manjares de la tierra —susurró él casi en su oído y a ella el cuerpo se le erizó.
—Todavía no salimos y ya estás intentando seducirme —dijo ella con diversión y caminó hasta el ascensor dejándolo atrás.
De pronto un terrible deseo de provocarlo le invadió, y sabía que podía hacerlo, él no era inmune a sus encantos como ella no lo era ante los de él.
Él la miró caminar, las formas de su cuerpo, la redondez de sus caderas, sus piernas que acababan en aquellos tacos. Sabrina podía enloquecerlo tanto en un vestido de fiesta como en un camisón de gatitos, en ropa deportiva o con sus prendas más informales. Sabrina simplemente podía enloquecerlo de cualquier forma.
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Todos los tonos de tu alma ©
RomanceSabrina tiene un nuevo vecino, un chico muy guapo y ruidoso. O a lo mejor es que las paredes del edificio son de cartón y ella puede oír todo, tanto cuando enloquece con la batería a las dos de la madrugada o cuando lleva chicas a su casa. Al princi...