Capítulo 32

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El saco cayó al suelo desvelando su completa desnudez, Sabrina se sintió expuesta, pero le encantó la sensación de ser observada

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El saco cayó al suelo desvelando su completa desnudez, Sabrina se sintió expuesta, pero le encantó la sensación de ser observada.

—Eres preciosa —dijo mirándola sin ninguna clase de pudor. Sus ojos se detuvieron en sus senos y se quedaron allí por varios minutos, y luego bajaron, por su abdomen, hasta ese sitio en donde Sabrina sentía mucho calor y desde donde se abría una necesidad voraz—. ¿Lo sabes? ¿Sabes que eres hermosa? —Inquirió él.

Ella sonrió, lo sabía, se gustaba, le gustaba.

—Sí —dijo y él sonrió, le encantaba que ella se gustara.

Xavier se acercó un poco más.

—¿Puedo tocar? —preguntó.

Ella asintió porque toda su piel anhelaba sus caricias.

Él hizo lo que tantas veces había deseado, con su dedo índice repasó las fronteras de las marcas de su piel. Las que estaban en su cuello, las que estaban cerca de su clavícula, las que estaban en su abdomen.

Ella tomó entonces su dedo entre los suyos sorprendiéndolo.

—¿Qué? —inquirió él.

—Aquí hay una manchita que parece un corazón —dijo y guio el dedo de él hacia su monte de venus—. ¿La ves?

—Sí —dijo él agachándose un poco más.

—Es pequeña, es nueva —comentó—, y quiero que sea tuya —admitió con un tono de voz.

—¿La puedo besar? —preguntó él con una sonrisa sexy.

—Es tuya, puedes hacer lo que desees con ella.

—Oh, Sabrina, nunca debiste decirme eso —dijo él y entonces se arrodilló, colocó ambas manos en sus caderas atrayéndola con fuerza para besar, mordisquear, lamer y succionar la pequeña marca, y de allí comenzar a dispersarse un poco más.

Subió con su boca y comenzó a explorar su abdomen, un rato después se puso en pie y ascendió un poco más y se topó con sus pechos. Pensó si debía seguir o detenerse, pero ella enredó sus dedos en sus cabellos dejándole en claro que no quería que se alejara, y eso bastó para que él buscara sus senos con su boca.

Y ella se derritió en sus besos, y gimió sin vergüenza, sin pudor, sin temor.

Xavier siguió subiendo, por el hombro, el cuello.

—Soy un vampiro —musitó y le mordió suavemente, ella volvió a gemir, y él sonrió.

Y sus sonrisas sobre su piel era algo a lo que ella podría acostumbrarse con rapidez. Entonces fue ella quien lo arrastro, lo estiró del cabello y lo guio hasta su boca con desesperación.

Y se besaron, se besaron como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente, como si buscaran en ese beso la fuente misma de la vida, como si en la boca del otro estuviesen guardados todos los secretos del universo.

Todos los tonos de tu alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora