El domingo a las siete de la mañana, la batería despertó a Sabrina. Suspiró, se sentía agotada y estaba harta de dormir a medias. El viernes y el sábado el sonido estridente de la batería había sido reemplazado por el sexo desenfrenado, y el domingo, que pensó que al fin habría silencio, apenas amanecía y la batería hacía explotar su cerebro.
Caminó decidida hasta la puerta de al lado y golpeó.
—Estaba esperando que vinieras a quejarte —dijo Xavier desenfadado cuando abrió la puerta—. Quizás es por eso por lo que decidí tocar tan temprano.
Sabrina no daba crédito a lo que escuchaba y sus ganas de golpearlo en sus firmes abdominales la invadían de la misma manera que sus ganas de morderlo en ese mismo sitio. Levantó las cejas y cruzó los brazos, ella también podía retarlo.
—Vamos, Aranda, no puedes quejarte, hace dos días que no toco nada —dijo distendido y divertido, mientras la miraba una vez más de arriba abajo.
Sabrina sintió que la piel se le estremecían bajo su escrutinio y recién allí recordó que la noche anterior se había puesto un pijama que constaba de una camisa cortita y un short del mismo estilo. Se sentía como una niña de diez años perdida y atontada.
—¿Crees que la batería es lo único que no me deja dormir? —inquirió.
Ahora él se mostró sorprendido.
—¡Oh! ¡No te detengas! ¡Por favor! —remedó.
Xavier se echó a reír y ella también, no sabía qué era lo que la llevaba a desinhibirse así ante aquel chico, pero le gustaba hacer cosas que normalmente no haría con nadie.
—Vayaaaa ¿y estás celosa? —inquirió él.
—¿Por? —preguntó ella y cambió el peso de su cuerpo, incómoda.
—Bueno... por la actividad en mi cuarto y la falta de ella en el tuyo —bromeó.
—¿Quién dijo que en el mío no hubiera actividad? —preguntó entre enfadada e incómoda—. Solo no me gusta hacer ruido.
—Ahhh y a mí que me encantan las chicas ruidosas —dijo él guiñándole un ojo.
—Sí, ya lo noté —respondió ella y puso los ojos en blanco.
—¿Quieres pasar? Voy a preparar desayuno...
—¿Eh? —inquirió ella confusa.
—Lo que dije, que si quieres desayunar...
—Yo...
—¿No desayunas? —preguntó él divertido por la incomodidad que le causaba a aquella muchacha.
—Sí, bueno... Está bien... —asintió.
Sabrina no supo definir quién fue la que respondió por ella, era una Sabrina que no conocía y que no sabía que formaba parte de sí misma hasta que ordenó a sus piernas que ingresaran al departamento de aquel muchacho.
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Todos los tonos de tu alma ©
RomanceSabrina tiene un nuevo vecino, un chico muy guapo y ruidoso. O a lo mejor es que las paredes del edificio son de cartón y ella puede oír todo, tanto cuando enloquece con la batería a las dos de la madrugada o cuando lleva chicas a su casa. Al princi...