Sabrina pensó por donde comenzar su historia, no era algo que le molestara ni que ocultara, simplemente no estaba acostumbrada a compartir esa parte de ella con nadie más. Sin embargo, la conversación anterior ya había sido lo suficientemente personal y, por alguna razón, él le inspiraba confianza.
—Bueno, me crie en casa de mi abuela, mi madre trabajaba mucho así que casi no la veía. Mi abuela fue la que me crio y es en realidad mi figura materna —admitió—, allí también vivía una tía y su propia hija, Bianca, de casi mi edad.
—Mujeres al poder —dijo él y ella asintió.
—Así es, todas chicas...
Luego hizo silencio, él solo aguardó.
—Tengo vitíligo. ¿Sabes lo que es? —inquirió ella.
—Sí... lo busqué en internet luego de conocerte —dijo él y ella asintió con una sonrisa dulce, aquel gesto le parecía tierno.
—La primera mancha me salió en el codo, tenía como diez años... luego salieron más... y cuando tenía catorce estaba llena de ellas. Mi tía le decía a Bianca que no se juntara mucho conmigo porque eso podría ser contagioso.
—¡Qué ignorancia! —se quejó él y ella solo se encogió de hombros.
—Hasta ese momento, Bianca y yo éramos muy unidas, ella era mi mejor amiga y nos contábamos todo, pero la tía empezó a restringirnos el contacto y yo preferí no ser molestia para ellas. No me gusta sentirme rechazada, así que cada vez que eso sucede, me escondo.
—Pero era injusto para ti —acotó él y ella volvió a encogerse de hombros.
—Empecé a encerrarme en mi habitación y a pasar mucho tiempo allí, mi abuela estaba vieja y yo sabía que pronto me quedaría sola. Lo único que deseaba era ser mayor de edad para irme de la casa...
—¿Tanto así?
—No me sentía a gusto allí, imagínate, mi tía siempre me pedía que me cubriera los brazos y el cuello incluso cuando hacía casi cuarenta grados de calor, verme le daba asco al parecer. Tanto, que me empezó a comprar base para que me cubriera el rostro y las partes de mi cuerpo que quedaban visibles. Bianca ya había hecho nuevos amigos y ya no parecía necesitarme y mi madre no existía... Entonces comencé a pensar que de verdad había algo de malo conmigo, me sentía mal, una especie de monstruo... me avergonzaba de mi piel...
—Pero eso no tiene sentido —dijo Xavier muy molesto por lo que oía.
—Lo tiene cuando eres adolescente. La escuela no ayudaba, me empezaron a poner apodos... ya sabes, la gente puede ser muy mala... A veces, cuando yo me acercaba, gritaban: ¡Ahí viene la mancha! Y se iban todos corriendo. Otras veces, me decían dálmata o vaca.
—Qué horrible... ¿No se lo dijiste a tu abuela o a tu madre?
—No, mi madre iba a decirme que era cosa de chicos y a mi abuela ya no quería molestar, estaba enfermita... Cerca de los últimos años conocí a un chico, David, a él parecía no importarle mi piel, me hablaba y se acercaba a mí... y nos hicimos novios —comentó con una sonrisa melancólica—. Pero bueno, los primeros amores no duran mucho, ¿cierto?
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Todos los tonos de tu alma ©
RomantizmSabrina tiene un nuevo vecino, un chico muy guapo y ruidoso. O a lo mejor es que las paredes del edificio son de cartón y ella puede oír todo, tanto cuando enloquece con la batería a las dos de la madrugada o cuando lleva chicas a su casa. Al princi...