Capítulo 27

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El aroma del café la despertó, se había quedado dormida en el sofá de Xavi y ahora estaba cubierta por una manta que olía a él

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El aroma del café la despertó, se había quedado dormida en el sofá de Xavi y ahora estaba cubierta por una manta que olía a él. Tuvo ganas de acercarla a su nariz y olfatearla más y más, pero lo vio en la cocina y supo que no sería una buena idea.

—Buenos días, dormilona —dijo al verla despertar—. Tengo que ir al trabajo enseguida, pero te he preparado desayuno.

Él ya estaba vestido, guapo como siempre, con un pantalón ajustado y una camisa remangada en las mangas.

—Hola... —Se desperezó—. Debería ir a cepillarme los dientes primero —mencionó.

—O podrías traer tus cosas y mudarte conmigo de una buena vez —dijo él y ella abrió los ojos con sorpresa—. Así no tendrías que venir a acallar mis demonios en cada madrugada...

Ella sonrió.

—¿Puedo acallarlos?

—Tienes ese poder —respondió él con una sonrisa.

—Anoche pensé que estabas así por lo de Vicky... que a lo mejor con todo lo que pasó no habías podido procesar la información y que por eso estabas tocando... Me preocupe... —dijo ella con sinceridad.

—Vicky no significa nada para mí, Sabri... es una amiga a la que quiero mucho, y ya. Te lo he dicho, no he sentido nada al verla y estoy feliz de haberlo comprobado —respondió y la miró con intensidad, necesitaba que ella lo supiera—. Y todo gracias a ti, que me has dado fuerzas para ir...

Ella sonrió.

—Está bien, es bueno saberlo y no hay nada que agradecer —admitió—. Me han metido a su grupo de WhatsApp, hablan todo el día —comentó—, no estoy acostumbrada —rio—, pero son divertidas. ¿Está bien o quieres que me salga?

—¿Por qué querría algo así? —inquirió él con curiosidad.

—Pues porque son tus amigas...

—Y puedo compartirlas contigo —dijo él y le guiñó un ojo—. Me alegra que las chicas te hagan sentir bien.

Ella caminó hasta el desayunador y se sentó a mirarlo terminar de preparar todo. Él puso delante de ella una taza humeante y luego le pasó el edulcorante, que era como ella tomaba el café. Sabrina lo endulzó y luego lo probó.

—Bien, me hacía falta... —dijo y volvió a mirarlo.

Todo aquello se sentía tan cómodo que ella no terminaba de creerlo.

—¿Dormiste bien? —quiso saber él—. No sabía si despertarte para que fueras a tu cama a dormir o, dejarte allí o, cargarte en brazos y llevarte a mi cama...

Ella rio.

—¿Siempre tienes que decir esa clase de cosas? —preguntó.

—Digo lo que pienso y siento —dijo él encogiéndose de hombros.

Todos los tonos de tu alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora