Luna de miel y dangos callejeros

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Pasaba de medio día o al menos eso le decía el ruido de su estómago, al cual regaño mentalmente porque podría despertar a su pareja que dormía plácidamente apoyado en su pecho.

Vegeta se veía precioso, su melena estaba desarreglada, bueno eso era decir poco, estaba hecha un desastre total, varios mechones negros caían contra su frente y sus ojos, dándole un aspecto más juvenil y dulce, sus labios entre abiertos, demostraban que en serio estaba durmiendo a gusto y profundamente. Su príncipe se estiró un poco girandose al lado contrario, dándole una vista más amplia de las mordidas de su cuello, que a pesar de estar cicatrizadas; una curiosidad de los saiyajins era, que cuando volvían a su forma humana, las heridas recibidas en su forma ozaru se curaban al menos parcialmente dependiendo del poder y
estado de salud con el que se encontraban en el momento de volver a la normalidad. Las heridas que se habían infringido mutuamente estaban cicatrizadas con un bello color rosado que desaparecería pronto, eso solo le hacía saber lo mal que debía haberse sentido su esposo al momento de esa primera batalla cuando se conocieron, ya que aún se veía bastante herido cuando había vuelto a la normalidad.

Se distrajo casi de inmediato de esos pensamientos, cuando su sayia sonrió entre sueños y su cola se enrollo contra su muslo, había pensado que lo había soltado por un momento cuando se giró hacia la almohada, pero parecía que solo se había estirado a su gusto. Al menos sus manos estaban libres, así que tomo el control que Bulma les dió antes de que bajarán del barco. Era un control interesante, ellos habían tenido un robot en casa, que él rompió casi de inmediato Vegeta se fue, no pudo evitar sentirse azorado por ello.

Recordaba haberse levantado en la madrugada, ya que no lograba conciliar el sueño y se había pasado más de la mitad de la noche dando vueltas en la cama que había compartido con su pareja hasta el día anterior. Eran alrededor de las cuatro de la mañana, horario en que el príncipe había programado aquella máquina para que no los molestará en el día, ni en las horas de madrugada en las que a veces volvían a su habitación. La máquina ya se había puesto en funcionamiento y sacaba su pequeño pero largo brazo robótico para sacudir el mueble del televisor y a la vez aspiraba la alfombra de la sala, él se encaminaba a la cocina, aunque se desvió de su camino más corto cuando vio que la puerta de la lavandería estaba abierta, después de cerrarla paso cerca al robot y su delgado brazo. Andaba tan metido en sus pensamientos que no se dió cuenta cuando su pecho golpeó el brazo mecánico y fue demasiado tarde para frenar su pie. Aplastó al pobre robot, dejandolo hecho un manojo de piezas de metal dobladas, tuercas y cables. Se había sentido mal de inmediato o tal vez estaba demasiado sensible, en cuanto amaneció le pidió Bulma que se lo reparará, para su alivio y sorpresa, ya que en realidad no tenía muchas esperanzas de que hubiera una solución, su amiga le dijo que lo haría, pero que le diera un par de días ya que ahora se cansaba más rápido en su estadío, accedió al tiempo establecido y en cuánto llego a casa noto la falta del trabajo del robot, había una ligera capa de polvo en todos los muebles, además que aún estaban las huellas de sus zapatos en el corredor, no es como que fuera un completo ignorante en la limpieza, al final y al cabo no siempre estaba en casa de Bulma o de sus amigos, así que volvió a abrir la puerta de la lavandería y saco del fondo las cosas de limpieza, poniendo casi de inmediato manos a la obra.

Antes de darse cuenta había pasado un par de horas sin pensar en su príncipe, concentrado como estaba en su labor, así que a pesar de que Bulma le devolvió el robot dos días después, solo lo activaba cuando sentía mucha flojera de limpiar, esas a lo mucho dos horas limpiando, le daban más lucidez y paz mental, que le ayudaba a sobrellevar mejor la falta de su sayia, pero nunca pudo programar al pequeño robot para que haga sus actividades en un horario definido como había hecho el príncipe, probablemente Bulma lo hubiera podido hacer pero no se lo pidió, activaba la máquina los días que se quedaba a comer solo en la casa y el suave ruidito que hacía el aparato le era extrañamente reconfortante como si no estuviera solo, el robot hacía su trabajo y él cenaba para luego limpiar la cocina acompañado con esos sonidos.

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