Ya había pasado una semana desde que la vio.
Una semana desde que volvió a dejarla ir.
En su habitación miraba al techo mientras que el humo de su último cigarro se desvanecia desapareciendo en la estancia.
La recordó, con su piel de cristal llena de grietas, su mirada perdida y vacía.
Recordó su caminar pausado, casi como si cada paso fuera una tortura.
Su pecho sintió un apretón y ya no pudo dormir, pero no era nuevo, desde que la volvió a ver los insomnios comenzaron a aparecer.
Pero ella los hacia especiales.
Ella los hacia dulces.