Introducción

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Kim Jongin tenía en ese momento veintinueve años, edad coreana. Iba algunos años trabajando como diseñador gráfico y fotógrafo de una prestigiosa compañía independiente de publicidad que trabajaba con un sistema distinto al normal. Jongin, en realidad, era una persona a la que le gustaba hacer de todo un poco. Le gustaba dibujar, le gustaba pintar, le gustaba fotografiar, le gustaba diseñar, le gustaba decorar, le gustaba modelar, le gustaba editar. Amaba bailar, esa era una de sus pasiones más grandes. Se esforzó en conseguir ese trabajo por la facilidad que tenía con los horarios y la variedad de actividades. Cada nuevo proyecto era un desafío. La flexibilidad le permitía acoplar todas las actividades que quería y que tenía que hacer durante el día sin descuidar ni sus responsabilidades ni su tiempo personal. 

Odiaba la idea de convertirse en uno de esos trabajadores de oficina, a los que respetaba y agradecía, pero que siempre estaban limitados por las jerarquías, los horarios y la monotonía. Había conseguido sentirse conforme con la forma en la que llevaba su vida. Sus problemas, en términos generales, eran fáciles de arreglar. Lo único que de verdad le afectaba en aquellos días era la idea de recibir esa carta. Estaba seguro de que no perdería su trabajo si se iba por un tiempo debido a esa razón, ese no era el problema. Un régimen estricto, militar, era justamente el tipo de situación de la que había estado huyendo toda su vida. Serviría a su país sin dudarlo, lo haría y con orgullo. No era eso lo que le molestaba, era la forma lo que le ponía ciertamente ansioso. 

En aquel momento el trabajo y la idea de ir al servicio militar era la razón por la que sus días estaban un poco oscuros. El resto de cosas iban bastante bien. Tenía una linda relación con su familia, su hermana y su madre eran un apoyo incondicional aunque extrañaba mucho a su padre y se sentía un poco solo. Nada que no pudiera manejar. Tenía experiencia con la soledad porque vivía por su cuenta y estaba soltero por más de tres años sin el menor plan de conseguir una nueva pareja. Sus dos únicas experiencias lo habían marcado, ¿cómo iba a pensar que un día normal y corriente justamente esas dos personas, las que más había querido en el mundo, sus dos únicas experiencias amorosas iban a aparecer repentinamente en su vida otra vez?

Aquella fue una semana dura para Jongin. Había recibido la carta, había recibido noticias impactantes y había tenido un encuentro que no podía explicar. No recordaba cuándo había sido la última vez que su corazón latía de esa forma, descontroladamente. Y aún así sabía que esas dos personas compartían algo muy importante, pero le costaba identificar qué era ese algo. Los pensamientos lo arrastraron a una noche de insomnio en la que recordó muchas cosas, pero había algo extra muy importante. Estuvo dando vueltas en la cama hasta que terminó por levantarse en medio de la madrugada, lleno de nerviosismo, tomó sus llaves y buscó algo rápido para cubrirse del frío. Se puso unos zapatos al apuro, sin medias, y bajó hasta la bodega que estaba ubicada al lado de su parqueadero. En el edificio de departamentos donde vivía todos los vecinos tenían un pequeño cuarto tipo bodega donde podían guardar las cosas que no les alcanzaban en sus casas como la ropa de diferente estaciones, las decoraciones de las fiestas o simplemente usarlo como mejor les pareciera. Jongin, que era muy organizado, usó el lugar con sabiduría y, entre otras de sus pertenencias, guardó ahí sus diarios.

Hasta en momento había acumulado once en una caja grande de plástico transparente. No habían pasado muchos días desde que había empezado a escribir el número doce. Sentado en el suelo, abrió el recipiente y buscó el primero de los cuadernos. Con ayuda de la linterna de su celular y de que había acomodado todo en orden cronológico, encontró todo con facilidad. Empezaba en 2009, el año que había empezado a escribir. Sucedió cuando tenía dieciséis años, en edad coreana, después de sufrir un pequeño accidente. Mientras bailaba en la escuela de danza, un resbalón hizo que cayera de cabeza y se golpeara, dejándolo inconsciente. Su profesora y sus compañeros llamaron a urgencias y fue llevado al hospital más cercano. Pasó la noche con atenciones médicas por recomendación del médico. Las consecuencias fueron una laguna mental de dos días que lo dejaron tremendamente asustado. Por casi cuarenta y ocho horas no fue capaz de recuperar ninguno de sus recuerdos.

En cuánto se sintió mejor se dio cuenta de que no iba a recordar nunca lo que había perdido, así que empezó a escribir un diario donde fuera capaz de guardar las cosas más importantes de su vida. Si por alguna razón volvía a perder la memoria podría tender un respaldo de sus recuerdos, su propia perspectiva de los acontecimientos más importantes que habían marcado cada día, cada mes, cada año de su vida. El diario, entonces, se convirtió en parte de su rutina. Antes de dormir anotaba todas las emociones más grandes, las actividades más llamativas, los planes que tenía, las personas con las que convivía y cómo se sentía al respecto con cada una. Era su propia visión del mundo. Escribir empezó como una terapia, pero se convirtió en una parte importante de su vida y de su tranquilidad. 

Esa era la razón por la que, en cuánto no supo cómo sentirse o qué hacer después de lo que sucedió, fue a buscar sus diarios. Estaba muy seguro de que en aquellas páginas estaría toda la información que necesitaba para ser capaz de entender cómo fue que experimentó sus dos grandes enamoramientos, cómo fueron esos días y cómo influyeron en su vida actual. Fue bastante fácil encontrar los nombres que estaba buscando. En esa madrugada de finales de enero, sintió frío y notó que se acercaba el amanecer mientras tomaba la caja de plástico donde tenía guardado todo y se las llevó arriba a su departamento. Tenía mucho material de lectura y necesitaría mucho más tiempo para reflexionar sobre lo que acababa de pasar. En ese momento se sentía en el medio.



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