V: Humo

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La Reina Oria no volvió a aparecer ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente a ese

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La Reina Oria no volvió a aparecer ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente a ese. En cambio, alguien había venido mientras dormía y había dejado una bandeja sobre el suelo con un incienso que no se apagaba, y cuya llama llenaba la habitación de humo color carmín con un fuerte olor a anís. El ambiente se había vuelto tan empalagoso que había pasado las últimas horas tendida sobre la cama sudando a causa del calor, presa de extraños sueños febriles en los que Viana me culpaba por abandonarla mientras la consumía el fuego, y Elián me miraba a través del humo con una mueca condescendiente, y mientras más lo increpaba, más parecía aumentar su antipatía por mí. En un par de ocasiones reviví el beso que nos habíamos dado en la glorieta, pero en vez de terminar en una nota dulce, la mano de Elián se doblaba en un extraño gesto y mi vestido se prendía fuego, y en mi imaginación, me quemaba.

Aunque el tiempo era solo una ilusión dentro de la habitación, sentía que llevaba un día y una noche completos en esas condiciones; el humo se había apoderado de todo, no había oxígeno para respirar, se había consumido todo, y el color de este se había vuelto tan denso que no podía ver mis propias manos enfrente de mí. Todo era carmín, calor y anís, y temía que si no hacía algo rápido terminaría también convirtiéndome en todo aquello. A pesar de lo urgente de la situación, no podía encontrar la energía que necesitaba para moverme, o siquiera para gritar por ayuda: mis sentidos estaban al mismo tiempo adormecidos y colapsados, y de vez en cuando reinaba dentro de mí una extraña paz que me hacía creer que podría vivir entre el humo para siempre y que eso estaría bien.

Después de lo que pareció una eternidad, la gente de la laguna irrumpió en la recamara. Hablaban a coro como la primera vez que los había oído, y no estaba segura de sí realmente estaban conmigo dentro de la habitación, pero sus voces me rodeaban como un manto. Eran el único elemento al que el humo le habría paso.

—Chenté —me llamaban— ha llegado la hora.

(La hora, la hora)

—Su corazón está limpio —anunciaron—, su mente está tranquila. Es usted el recipiente, es usted el huevo de oro y jade.

(El huevo de oro y jade)

Sentí un sabor metálico en mi boca, un líquido que caía tanto por mi barbilla como por mi garganta, manchándome por dentro y por fuera. Quería gritar, pero solo conseguía hacer gárgaras, y atragantarme.

—Chenté, el fuego está preparado para entrar, la sangre dorada correrá por sus venas, el oro líquido les dará vida. Muéstrese humilde ante el soplo de azufre, muéstrese humilde ante Shen Ginto.

—Soy humilde —contesté. Mis labios estaban sellados por el líquido espeso y caliente, pero ellos podían oírme—. Shen Ginto, soy humilde.

Mi cuerpo se incendió, las llamas del color del jade se elevaban desde mi piel, haciéndome cosquillas y acentuando el olor a anís. Algo afilado se deslizó sobre mi pecho, clavándose en mi esternón, tallando sobre mi piel lo que parecía ser un dibujo intrincado. El fuego cauterizaba la herida antes de que siquiera pudiera derramar sangre. A través de la hoja, algo se hacía camino al interior de mi cuerpo, haciendo que mis músculos temblaran y que mis ojos lloraran. Algo estaba metiéndoseme dentro. Shen Ginto, protégeme.

Chenté, huevo de oro y jade, serás santuario y hogar, fortaleza y armadura. Shen Ginto, soplo de azufre, serás llama y vida, el corazón durmiente. Sean una y una sola, unidas como las caras de una moneda, compartan un único respiro.

El fuego esmeralda consumía el humo carmesí, convirtiéndolo en torbellinos ardientes que desaparecían para dar paso a la habitación que parecía incluso más irreal que mis visiones. A mi alrededor, seis siluetas con los ojos blancos como la leche, murmuraban un cántico incomprensible tomados de las manos.

—Bienvenida, Chenté —dijo uno de ellos—. Somos la Garza de Jade.

 Somos la Garza de Jade

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Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora