El primer informe llegó. No había noticias de la vidente, pero sí de algo igual de interesante. La Princesa Viana no solo estaba sana y salva, sino que se encontraba en las calles de nuestro Imperio. Ya conocen el dicho: cuando una puerta se cierra, una ventana se abre, y esta era una gran ventana. Oh, sí.
El avistamiento había ocurrido en el mercado, en los barrios bajos de Chiasa. Si intentaba ocultarse tras toda esa gente, no lo había pensado bien; fueron sus modales los que llamaron la atención de mi espía. Destacaba demasiado con su porte al caminar y su manera delicada de comportarse, nadie así pasaba su día en el mercado sin ser objeto de la mirada de los curiosos. No la culpaba, obviamente, estaba hecha para cosas mejores. Yo se las habría dado sin duda, pero ella se ocupó de arruinarlo. Y al parecer, no era lo único que estaba echando a perder últimamente. Mi espía había visto como la pequeña Princesa escapaba de nada más ni nada menos que la policía. Oh, Viana, ¿cómo terminaste siendo una pequeña fugitiva? Casi deseaba haberla visto, con su delicado andar abandonado para correr por su vida entre toda la suciedad y el desorden del asqueroso mercado.
No la habían vuelto a ver, eso sí. Contra todo pronóstico, a la policía se le había escapado, y Viana andaba por ahí, suelta y probablemente aterrorizada, esperando a ser encontrada por su caballero andante. Es decir, yo. ¡La sorpresa que sentiría al ver a dónde las puertas de la Ciudad Imperial desde el coche de policía! Casi podía saborear el momento.
—Chamté Hiro —llamó el consejero de mi padre, asomándose por la puerta—, señor.
—¿Te dije acaso que pasaras? —espeté. Si había algo que odiaba, era la intromisión.
—Estuve tocando —se excusó—. Lo lamento, señor, pero su padre lo llama con urgencia.
Por el tono de su voz, supe que era importante. Lo despaché con la orden de que estaría allí en seguida, y esperé unos cuantos minutos antes de salir del estudio. Mi padre me había enseñado a nunca llegar a ningún sitio sin ser anunciado, incluso si era ante su presencia. Especialmente si era ante su presencia.
Luego de que el portero me dejara pasar, entré con cuidado al despacho de mi padre. El consejero ya estaba allí, tieso como un poste junto a su escritorio, mientras él miraba por la ventana hacia el patio de mandarinas como era su costumbre. Se volteó para verme, pero por un rato, no dijo una sola palabra. Se me pasó por la mente que quizás se había enterado de mi búsqueda, de mi misión de conocer la profecía antes de tiempo, o de que Kwyo había hecho su nido en mí. Nervioso, me removí en mi lugar, preparando una y mil excusas, cada cuál más inverosímil que la otra, para cuando soltara la bomba. Al final, resultaba que sus pensamientos no podían estar más alejados de los míos, y era un asunto totalmente diferente el que nos reunía allí.
Al cabo de unos minutos, la puerta volvió a abrirse y mi madre entró con paso lento y delicado, como se esperaba de una mujer en su posición. Me sorprendí al verla allí, ya que antes no me la había topado más que un par de veces en una oficina. Su trabajo consistía en llevar la vida cultural y social interna de la Ciudad Imperial, y para eso, tenía sus propios dominios. Debía de tratarse de algo realmente importante si mi padre la había llamado hasta sus aposentos. Me pregunté si estaría enfermo, si le habría pasado algo, pero tampoco tenía que ver con eso.
—Chiasa está bajo ataque —sentenció desde su sillón—. Los soldados de Arcia llegaron durante la madrugada, atacando por tierra y mar. Hasta ahora, solo han sido incidentes aislados, pero hemos recibido una declaración de guerra por el asesinato del Rey y el secuestro de su hija, la Princesa Viana.
—Pero nosotros no la tenemos... —apuré, pensando en el avistamiento del mercado.
—¡Eso ya lo sé! —se exaltó mi padre, golpeando la mesa—. Nos tardamos demasiado en iniciar el conflicto. Ahora pasaré a la historia como el Emperador que no pudo iniciar una guerra para vengar el asesinato de su hijo. ¡Frente a Arcia, ni más ni menos!
Quise aclarar que, si bien había estado muerto por un tiempo, ahora me encontraba perfectamente bien, pero suponía que eso lo traía sin cuidado. La ofensa seguía siendo la misma, y así pasaría a la historia, junto a la gran hazaña de nuestros magos por traerme de vuelta a este plano.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté, y su consejero me miró con malos ojos, como si no me correspondiera hacerle esas preguntas a mi propio padre.
—Les ganamos en número y armamento —me aseguró—. Pero sus tropas están entre nuestra gente. Los primeros ataques se generaron en el mercado, el cual tuvo que ser evacuado. Aunque las personas más importantes del Imperio estamos seguras aquí, no podemos permitir que el dinero deje de moverse. Ese mercado es clave para nuestra economía.
No me había dado ninguna respuesta, pero no lo presioné. Probablemente todavía no tendrían ni idea de qué táctica usarían, y no lo culpaba, se vería muy mal destruir nuestra propia ciudad sin tener consideración por el patrimonio histórico o su gente, pero se vería peor no reaccionar a una escala suficientemente grande. Mi padre tenía razón, era un pésimo precedente el que no hubiésemos iniciado la guerra nosotros mismos, y no podíamos permitir que al pueblo le bajara la moral.
—Llamaré a todas las reservas a la calle —anunció—. Es por eso que te llamé, Hiro.
Solo entonces me di cuenta de que todas las reservas, realmente significaban todas las reservas.
—Ni hablar —dije antes de que pudiera pronunciarse—. No saldré a la calle a patrullar como un simple soldado. Está fuera de discusión.
Mi madre me miró como si hubiera asesinado a alguien, o quizás eso la habría traumatizado menos. No acostumbraba a hablarle así a mi padre, y las pocas veces que lo había hecho, jamás había sido en presencia de ella.
—Sabes que siempre he admirado tu carácter —dijo él tranquilamente. Jamás perdía los estribos conmigo frente a otras personas. Las veces que había sido violento siempre ocurrían en privado—. Pero parece que por un momento se te olvidó quien da las órdenes aquí.
La advertencia podía oírse bajo sus palabras; no aguantaría mi rebeldía, no cuando ya tantas cosas se le habían escapado de las manos. Había sido un idiota al levantarle la voz, era una suerte que no nos encontrásemos solos
—Mañana a primera hora irás a reportarte con la policía de inteligencia.
—¿La policía de inteligencia? Pero, Kwan, nosotros no poseemos magia —dije mirando a mi alrededor con cuidado. Era un tema que jamás tocábamos.
Mi padre tomó una varilla y me golpeó con ella tan fuerte en el hombro que tuve dificultad para mantenerme de pie. Aquel era el castigo para las bocas que hablaban demasiado, ya fueran sus hombres, mi madre, o yo.
—Tienes terminantemente prohibido el volver a mencionarlo—me recordó como si nada hubiera pasado—. ¿Acaso no te hemos enseñado nada? ¿Crees que estás por sobre las reglas? ¿Crees que por estar en edad de casarte puedes comportarte de manera irrespetuosa?
—Yo...
—Silencio —me calló de inmediato—. No volveré a aceptar tonterías como esta. Y esa es tu última advertencia. Ahora, tu madre y tú tienen una cita en el jardín de peonías. Es hora de que escojas una esposa. Ella se encargará de mostrarte a las candidatas.
—¿Ahora? —supe que no debí preguntar tan pronto vi su expresión. Me sentía como un completo idiota, comportándome de aquella manera, pero no quería una nueva esposa. Tendría a Viana costara lo que costara.
—Hay que darle alegrías al pueblo —dijo simplemente, y nos despachó con un gesto de mano.
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Garza de Jade (Las Alas del Reino II)
FantasiCONTIENE SPOILERS DEL LIBRO I Luego de enterarse de la desaparición de Lily y la Reina Oria, Bo, Elián y Viana parten en su búsqueda inmediatamente. Viajando al sur a través del continente, la princesa comienza a abrir los ojos ante la realidad del...